![]() |
| La municipalidad de Tres Arroyos |
Hoy arranco esta bitácora. No sé bien qué va a salir de todo esto, pero tengo la necesidad de escribir. De poner en palabras lo que me pasa, lo que siento, lo que pienso. De ser auténtico, sin filtros, sin máscaras. De hablar con sinceridad, aunque duela, aunque incomode, aunque me exponga.
Porque hay cosas que vengo guardando hace tiempo. Cosas que no dije, que no conté, que me fui tragando como quien se come las palabras para no molestar. Pero ya está. Basta. Esta bitácora va a ser mi espacio. Mi refugio. Mi lugar para desahogarme. Para compartir mis pensamientos más íntimos. Para dejar registro de este viaje que estoy empezando.
Y sí, digo “viaje” aunque no haya barco ni mar. Porque mudarse también es zarpar. También es dejar atrás un puerto conocido y lanzarse a lo incierto. Y eso fue lo que pasó hace unos meses: nos mudamos de Claromecó a Tres Arroyos.
Claromecó: el pueblo que fue casa… y cárcel
Claromecó fue mi casa durante muchos años. Un pueblo chico, con mar, con viento, con arena. Un lugar donde todo el mundo se conoce, donde las caras se repiten, donde las historias se cruzan una y otra vez.
Y durante mucho tiempo, eso me gustó. Me daba seguridad. Me hacía sentir parte de algo. Me permitía caminar tranquilo, saludar a los vecinos, saber que si pasaba algo, alguien iba a estar ahí.
Pero con el tiempo, esa seguridad se volvió rutina. Y la rutina se volvió hartazgo. Empecé a sentir que estaba atrapado. Que no había espacio para crecer, para cambiar, para ser distinto. Que todo estaba demasiado marcado, demasiado predecible.
La misma gente. Las mismas conversaciones. Las mismas salidas. Las mismas miradas. Todo igual. Todo repetido.
Y yo necesitaba otra cosa. Necesitaba aire. Movimiento. Desafío.
Así que cuando se dio la posibilidad de mudarnos a Tres Arroyos, no lo dudé. Bueno, sí lo dudé. Pero más que nada por miedo. Porque dejar lo conocido siempre da miedo. Pero también da esperanza.
Tres Arroyos: tierra nueva, vida nueva
Llegamos a Tres Arroyos hace unos meses. No es una ciudad enorme, pero comparada con Claromecó, parece otro mundo. Hay más gente, más movimiento, más opciones. Y también más anonimato.
Eso me asusta un poco. Porque en Claromecó yo era “el hijo de”, “el que va a tal escuela”, “el que juega al fútbol con los pibes del barrio”. Acá no soy nadie. Nadie me conoce. Nadie sabe quién soy, qué me gusta, qué me duele.
Y eso, aunque tiene algo de libertad, también tiene algo de vacío.
Me da cosa no conocer a nadie. Llegar a un lugar donde no tenés ni idea de quiénes son las personas, cómo son las cosas, qué códigos manejan. Es como estar en otro planeta.
Pero bueno, hay que enfrentar los miedos y darle para adelante. No queda otra, ¿no?
La secundaria: nuevo colegio, nuevos compañeros, nuevas historias
Dentro de una semana empiezo la secundaria en la EEMN° 1. Ya el nombre me suena raro. En Claromecó era todo más simple. Acá hay números, siglas, edificios grandes.
No conozco la ciudad, pero no es muy grande que digamos. Espero que eso juegue a favor. Que sea más fácil hacer amigos, encontrar mi lugar, armar una rutina que me entusiasme.
Tengo miedo de no encajar. De ser “el nuevo”. De que me miren raro. De que me dejen afuera. Pero también tengo esperanza. Porque esta puede ser una oportunidad para crecer, para reinventarme, para vivir cosas que nunca viví.
Y eso me da fuerza. Me da ganas. Me da impulso.
El peso de lo que no se dice
Hay algo que quiero contar, aunque me cuesta. Y es que esta mudanza no fue solo geográfica. También fue emocional.
Porque en Claromecó dejé cosas que me dolían. Personas que me lastimaron. Situaciones que me marcaron.
No voy a dar nombres, porque no se trata de eso. Pero sí quiero decir que hubo momentos en los que me sentí muy solo. Muy incomprendido. Muy triste.
Y no lo dije. No lo conté. Me lo guardé. Me lo banqué.
Pero ahora quiero soltarlo. No para victimizarme, sino para liberarme.
Porque escribir también es sanar. También es transformar el dolor en palabra. Y la palabra en puente.
El miedo como compañero de viaje
Desde que llegamos a Tres Arroyos, el miedo me acompaña. Miedo a no adaptarme. Miedo a no hacer amigos. Miedo a que todo sea peor. Miedo a equivocarme.
Pero también aprendí que el miedo no es el enemigo. Que puede ser un aliado. Que puede ser una señal de que estamos saliendo de la zona de confort. De que estamos creciendo.
Así que trato de escucharlo. De entenderlo. De no dejar que me paralice.
Y eso no siempre sale bien. Hay días en los que me encierro, en los que no quiero hablar con nadie, en los que me siento un bicho raro.
Pero también hay días en los que me animo. En los que salgo. En los que sonrío. En los que me ilusiono.
Y esos días son los que quiero multiplicar.
La esperanza como motor
A pesar de todo, tengo esperanza. No una esperanza ingenua, de esas que creen que todo va a salir bien porque sí. Sino una esperanza activa. Una esperanza que se construye. Que se pelea. Que se defiende.
Espero encontrar amigos. Personas con las que pueda hablar, reír, compartir. Espero aprender cosas nuevas. Descubrir talentos. Superar desafíos.
Espero sentirme parte. Sentirme querido. Sentirme visto.
Y esa esperanza me sostiene. Me empuja. Me guía.
La bitácora como confidente
Esta bitácora va a ser mi compañera. Mi confidente. Mi testigo.
Cada vez que escriba, voy a dejar acá un pedazo de mí. De mi historia. De mi proceso.
No sé quién va a leer esto. No sé si alguien lo va a leer. Pero no importa. Porque lo escribo para mí. Para ordenar mis ideas. Para entenderme. Para abrazarme.
Y si alguien lo lee, y se siente identificado, y le sirve, mejor. Pero no es la meta. La meta es ser sincero. Ser auténtico. Ser yo.
El valor de empezar
Hoy empiezo esta bitácora. Y empezar, aunque parezca poco, es mucho.
Porque empezar implica decidir. Implica comprometerse. Implica abrirse.
Y eso, en un mundo que nos empuja a callar, a esconder, a fingir, es un acto de valentía.
Así que acá estoy. Con miedo, con dudas, con heridas. Pero también con ganas, con fuerza, con sueños.
Y eso me basta.
¿Qué sigue?
No sé qué va a pasar en la EEMN° 1. No sé cómo va a ser mi vida en Tres Arroyos. No sé si voy a encontrar lo que busco.
Pero sí sé que voy a intentarlo. Que voy a poner lo mejor de mí. Que voy a seguir escribiendo.
Porque esta bitácora es mi mapa. Mi brújula. Mi diario de viaje.
Y cada entrada va a ser una coordenada. Una señal. Una marca.
Así que gracias por estar acá. Por leerme. Por acompañarme.
Nos vemos en la próxima entrada, amigos.
El Capitán zarpa. Y esta vez, no hay vuelta atrás.


