LLEGÓ EL TATUAJE


Una experiencia tan terriblemente dolorosa como placentera jaja. Ya tengo mi primer tatuaje y aquí quiero compartirlo con todos ustedes. Por fin me animé después de tantos años de amagues y amagues en las que el cagazo por las agujas siempre inclinaba la batalla hacia el lado de pasar de largo por el estudio y no animarme a entrar. Vencidos los miedos, llegó el primero (espero que) de muchos tatuajes que pienso hacerme en un futuro.

Este es el trabajo de Crispin Vegas del estudio Familia Tattoo Crew que queda en Rivadavia 4253. En los enlaces están las cuentas de Instagram para que vean el trabajo que hacen. El flaco es un genio, ¿eh? Hace cada obra de arte en la piel que te deja loco.

Ahora estoy pensando en qué tatuaje hacerme a continuación. 

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TRES DESEOS PARA UN AÑO QUE NO SE PORTÓ BIEN


2021, te voy a decir algo que quizás no te esperabas: no te quiero. No te quiero ni un poquito. No me diste tregua, no me diste paz, no me diste ni siquiera la satisfacción de cumplir con las metas que me había propuesto allá por enero, cuando todavía tenía esa energía ingenua de quien cree que el calendario nuevo trae consigo una especie de reinicio cósmico. Spoiler: no lo trae.

Y sin embargo, acá estoy. Faltan apenas unas semanas para que este año se termine, y en vez de hacer un balance, que sería como revolver la basura para ver si hay algo que se puede reciclar, decidí hacer algo distinto. Una lista. Pero no de logros, ni de cosas que hice bien. Una lista de deseos. Tres, para ser exactos. Tres cosas que quiero hacer antes de que este año se termine. Tres gestos de rebeldía contra la inercia, contra el desencanto, contra el “ya fue”.

Deseo número uno: hacerme un tatuaje

Este deseo tiene historia. No es que se me ocurrió ahora, en un rapto de desesperación por cerrar el año con algo que se pueda contar. No. Este deseo viene de hace años. Años de mirar diseños, de imaginarme cómo quedaría, de pensar en qué parte del cuerpo, de qué tamaño, con qué estilo. Y también años de postergarlo. Porque sí, tengo miedo. Miedo al dolor, miedo a arrepentirme, miedo a que no me guste, miedo a que me juzguen, miedo a que me cambie algo que no sé si quiero que cambie.

Pero este año, en medio de todo lo que no pasó, decidí que algo tenía que pasar. Así que me anoté. Fui al estudio, hablé con la tatuadora, elegí el diseño, pagué la seña. Ya está. Este viernes me tatúo. Y no hay vuelta atrás.

¿Y qué me voy a tatuar? No lo voy a decir todavía. No por misterio, sino porque quiero que sea mío. Quiero que sea un gesto íntimo, un pacto conmigo mismo. No es una frase motivacional, ni una imagen que esté de moda. Es algo que me representa, que me acompaña, que me recuerda quién soy y qué quiero ser. Algo que me va a doler, sí, pero que también me va a marcar. Literalmente.

Y en ese sentido, el tatuaje es más que un dibujo en la piel. Es una declaración. Una forma de decir “yo estuve acá”. En este cuerpo, en este tiempo, en esta historia. Es como dejar una firma en el margen de la hoja, cuando el texto no salió como uno quería, pero igual lo quiere conservar.

Deseo número dos: aprender a programar

Este deseo también viene de lejos. De esa sensación de que el mundo se mueve a una velocidad que no puedo seguir, de que hay lenguajes que no entiendo, de que hay puertas que no sé cómo abrir. Y la programación, para mí, es una de esas puertas.

No quiero ser programador. No quiero trabajar en una empresa de software, ni hacer aplicaciones para vender. Quiero aprender a programar porque quiero entender. Quiero tener la capacidad de crear algo desde cero, de resolver problemas, de pensar de otra manera. Quiero cultivar el espíritu del aprendizaje, que es algo que se me fue apagando con los años, como una vela que se consume sin que uno se dé cuenta.

Ya me anoté en un curso. Tiene título oficial, lo cual me da cierta tranquilidad, como si eso lo hiciera más real. Pero lo que más me entusiasma es la idea de empezar algo nuevo. De sentarme frente a la computadora y no saber qué hacer, pero intentarlo igual. De equivocarme, de frustrarme, de volver a intentar. De aprender.

Y en ese proceso, quizás descubra algo más que un lenguaje de programación. Quizás descubra que todavía puedo entusiasmarme, que todavía puedo tener curiosidad, que todavía puedo crecer. Porque eso es lo que más me cuesta aceptar: que el crecimiento no es automático, que hay que buscarlo, que hay que provocarlo.

Deseo número tres: tener una cita

Este deseo es el más difícil. El más improbable. El más doloroso, también.

Porque no se trata solo de salir con alguien. Se trata de sentir que puedo conectar. Que puedo gustar. Que puedo ser visto. Que puedo ser querido.

Y eso, para mí, es un terreno complicado. Muy complicado.

La única vez que me animé a invitar a alguien, me plantaron. Y la persona que realmente me importa, la que me hace latir el corazón de una forma que no puedo explicar, nunca me dio bola. Siempre se mantuvo en ese lugar de “ser amigos”, que es como estar en la sala de espera de un amor que nunca llega.

Probé con las aplicaciones. Tinder, Bumble, Hinge, todas. Y nada. Solo conversaciones vacías, encuentros que no se concretan, perfiles que desaparecen. Una gran pérdida de tiempo, y de energía.

Y sin embargo, quiero intentarlo una vez más. Quiero tener una cita. Una verdadera cita. Con alguien que me mire a los ojos, que me escuche, que me haga reír. No tiene que terminar en sexo. No tiene que ser el inicio de una relación. Solo tiene que ser real.

Sé que es difícil. Sé que es improbable. Pero también sé que si no lo intento, me voy a arrepentir. Porque el deseo, cuando se reprime, se pudre. Y yo no quiero pudrirme.

¿Por qué hacer esta lista?

Podría haber hecho una lista de cosas que no logré. De fracasos. De decepciones. Y sería larga. Muy larga.

Pero decidí hacer esta lista porque quiero cambiar el foco. Quiero mirar hacia adelante. Quiero terminar el año con una actitud distinta. No optimista, porque no me sale. Pero sí activa. Sí rebelde. Sí esperanzada, aunque sea un poquito.

Estos tres deseos son mi forma de decirle al 2021 que no me ganó. Que me golpeó, sí. Que me hizo tambalear, sí. Pero que todavía estoy de pie. Todavía tengo ganas. Todavía tengo sueños.

Y eso, en este contexto, ya es mucho.

El tatuaje como ritual

Volviendo al primer deseo, quiero detenerme un poco más en lo que significa hacerse un tatuaje. Porque no es solo una cuestión estética. Es un ritual. Un acto simbólico. Una forma de apropiarse del cuerpo, de la historia, de la identidad.

En mi caso, el tatuaje que elegí tiene que ver con una etapa que quiero cerrar. Con una herida que quiero transformar. Con una idea que quiero llevar conmigo.

Y el hecho de que duela, que sangre, que requiera cuidado, me parece perfecto. Porque así son los procesos de cambio. No son limpios, ni rápidos, ni indoloros. Son intensos, son caóticos, son exigentes.

Pero también son necesarios.

Así que cuando me siente en la camilla, cuando escuche el zumbido de la máquina, cuando sienta la aguja perforar mi piel, voy a pensar en todo lo que viví este año. En todo lo que no fue. En todo lo que quiero que sea.

Y voy a dejar que ese dolor me marque. Que me recuerde que estoy vivo. Que estoy en movimiento. Que estoy buscando.

La programación como lenguaje del futuro

El segundo deseo, aprender a programar, tiene que ver con una necesidad de adaptación. De supervivencia, incluso.

Porque el mundo está cambiando. Y si uno no cambia con él, se queda afuera.

Pero más allá de eso, lo que me atrae de la programación es su lógica. Su estructura. Su capacidad de crear. De resolver. De construir.

Es como aprender a pensar de otra manera. A ordenar el caos. A traducir ideas en acciones.

Y eso, para alguien como yo, que vive en la nebulosa de las emociones, de las dudas, de los miedos, puede ser muy liberador.

Además, me gusta la idea de tener un proyecto. De tener algo que me motive. Que me desafíe. Que me saque de la rutina.

No sé si voy a ser bueno. No sé si me va a gustar. Pero quiero intentarlo. Quiero darme la oportunidad.

Porque si no lo hago ahora, ¿cuándo?

El amor como territorio inexplorado

Y el tercer deseo, tener una cita, es el más íntimo. El más vulnerable. El más humano.

Porque el amor, o al menos la posibilidad del amor, es algo que me cuesta mucho. Me da miedo. Me paraliza.

No sé cómo se hace. No sé cómo se empieza. No sé cómo se sostiene.

Pero sé que lo necesito. Que lo deseo. Que lo busco.

Y por eso, quiero dar ese paso. Quiero animarme. Quiero salir de mi zona de confort, que en realidad no es nada confortable.

Quiero mirar a alguien y sentir que hay una conexión. Que hay una chispa. Que hay una posibilidad.

No sé si va a pasar. No sé si va a funcionar. Pero quiero intentarlo.

Porque el deseo, cuando se convierte en acción, tiene poder. Tiene fuerza. Tiene magia.


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Mariano Romero Arregin

¡Hola! Mi nombre es Mariano — Un hombre común y corriente escribiendo sobra la vida. Soy primeramente CRISTIANO. En lo profesional, soy productor agrícola, promotor agroecológico en un cultivar de frutas finas, fermentista y cuando tengo algo de tiempo (y dinero especialmente) un viajero amateur. Además, aquí estoy compartiendo mis historias familiares, mi amor por la vida en los cultivos, la naturaleza, la tecnología y el ocio en general.

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