En sus últimos años, enfermedades como el cáncer, la diabetes y el deterioro cognitivo severo intentaron sin éxito atentar contra su vida, pero siempre creyó que lo principal era la voluntad de Dios y no la de los hombres. Ni siquiera creía en su propia voluntad. Hasta su último suspiro depositó su fuerza en el Dios que amaba con la esperanza de que lo que estaba por venir era mucho más glorioso que la vida terrena. Ella hizo suya aquella palabra del apóstol Pablo que decía que vivir era Cristo y morir es ganancia (Filipenses 1:21) y basada en esa paz que viene del cielo, vivió sus últimos días aquí entre nosotros.
Tuve ese privilegio de poder cuidarla esos últimos años (con las cosas buenas y con las cosas malas) y siempre pensaré que desde que se fue, a esta casa le falta algo. Hay un vacío que nadie puede ni podrá nunca llenar.
Después de un año de su partida, solo puedo decir MUCHAS GRACIAS por todas las cosas que ha hecho en mi vida, aun cuando no las merecía. Por su enorme amor por todos los miembros de nuestra familia y por todas las cosas que hizo que la gente no sabe. Mi abuela Verónica fue una persona ejemplar, una digna ciudadana argentina y una vecina muy querida en nuestra comunidad. Todos aquí la querían, la respetaban y la admiraban. Estuviera donde estuviera, siempre estaba dispuesta a ayudar a cualquiera que lo necesitara.
Ella me enseñó una multitud de cosas, incluido el valor de la naturaleza y el amor por la agricultura.
Ella me enseñó a cuidar y cultivar mis primeras plantas.
Ella me enseñó todas las costumbres y tradiciones de nuestros antepasados en Yugoslavia/Serbia.
Ella me enseñó la importancia de tener una buena educación y que el mejor momento, es el que uno invierte en la curiosidad de saber un poco más.
Ella me enseñó a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida sin darle mucha importancia a los bienes materiales.
Ella me enseñó que el amor de Dios era más grande que cualquier cosa en el mundo y que sin Él nada tiene sentido.
SALMO 22 (23)
“El Señor es mi pastor, nada me faltará.
En verdes pastos me hace descansar;
Me conduce hacia las aguas tranquilas.
Él restaura mi alma;
Me guía por sendas de justicia
Por causa de Su nombre.
Sí, aunque ande en valle de sombra de muerte,
No temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo;
Tu vara y tu cayado me consuelan.
Tú preparas una mesa delante de mí en presencia de mis enemigos;
Unges mi cabeza con aceite;
Mi copa está rebozando.
Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán
Todos los días de mi vida;
Y habitaré en la casa del Señor hasta el fin de mis días".
“Escritura tomada de St. Athanasius Academy Septuagint™. Copyright © 2008 por la Academia de Teología Ortodoxa St. Athanasius. Usado con permiso. Reservados todos los derechos."
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