martes, 3 de junio de 2025

PALESTINA, SIEMPRE CON PALESTINA

Siempre a favor de PALESTINA

Hay cosas que con el tiempo cambian. Las ideas, los caminos, incluso para algunos las creencias. Pero hay otras que no. Y una de ellas, en mi caso, es el compromiso inquebrantable con la causa palestina.

Lo que ocurre en Palestina no es un “conflicto”. No es una “disputa territorial”. No es una “guerra entre dos pueblos que se odian”. Es un genocidio sistemático, sostenido y legitimado por el silencio cobarde de Occidente. Es un pueblo entero aplastado bajo la maquinaria del sionismo, mientras el mundo le pone subtítulos a las bombas y se hace el distraído con cada cuerpo que ya no tiene voz.

No me vengan con la corrección política. No me pidan que diga “Estado de Israel” con una sonrisa tibia, mientras bombardean hospitales, escuelas, mezquitas y barrios enteros. Mientras se niega el agua, la electricidad, la comida y la dignidad. No me pidan que relativice la barbarie, ni que me calle por miedo a incomodar.

Desde hace décadas, el pueblo palestino resiste. Resiste con piedras, con palabras, con canciones, con memoria. Y también con lágrimas. Resiste mientras el mundo observa como quien ve una serie en la televisión. Cambian de canal. Se indignan cinco minutos. Postean una bandera. Y siguen con su vida. Pero Palestina sigue ahí. Herida. Humillada. Digna.

La narrativa dominante busca infantilizarnos: que si Hamas esto, que si los túneles, que si el “derecho a defenderse”. ¿Derecho a qué? ¿A arrasar con todo? ¿A convertir Gaza en una prisión a cielo abierto? ¿A asesinar periodistas, médicos, niños y ancianos con total impunidad?

Como cristiano, no puedo no hablar. No puedo mirar hacia otro lado. Porque nuestro Dios se hizo hombre en esa tierra, y caminó entre los olivos de Palestina. Y porque el Evangelio que creemos no es uno que se arrodilla ante el poder, sino que lo confronta. Jesús no habría estado del lado del opresor. Habría estado entre los bombardeados. Entre los desplazados. Con los que huyen. Con los que lloran.

No, esto no tiene que ver con religión. Ni con “ambos lados”. Tiene que ver con justicia. Con verdad. Con la necesidad de nombrar las cosas como son, aunque incomode. Aunque moleste. Aunque duela. Porque si algo aprendí es que a veces la fe también se expresa así: con palabras que se convierten en espada, cuando el silencio es traición.

El pueblo palestino no necesita lástima. Necesita apoyo real. Necesita voces. Necesita que dejemos de mirar para otro lado. Porque mientras vos leés esto, alguien en Gaza probablemente no va a ver el atardecer de hoy.

Que no se nos haga costumbre el horror. Que no se nos enfríe la sangre. Que no nos acostumbremos a ver a un pueblo ser masacrado en vivo y en directo.

Palestina vive. Palestina resiste. Palestina es el grito que no muere. Y mi compromiso con ella tampoco.

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