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| Casi como un proceso terapéutico |
Otra vez. Sí. Estoy cerrando mis redes sociales.
Y no, no es la primera vez que lo hago. Muchas veces lo intenté. Muchas. Siempre terminaba cayendo de nuevo en la misma trampa, como si el algoritmo maldito tuviera una correa invisible que me tironea hacia la pantalla. Una especie de adicción moderna disfrazada de “estar conectado”, cuando en realidad no estás conectado a nada real. Solo enchufado a una máquina que te come el alma a scrollazos.
Las redes sociales dejaron de ser lo que prometían.
No son redes ni son sociales. Son un simulacro.
Una sala de espejos deformantes donde la gente muestra su versión más pulida, más superficial, más ansiosa de atención. Todos gritan y nadie escucha. Todos opinan y nadie piensa. Te hacen creer que estás “comunicado”, pero cada vez hay más ruido y menos diálogo.
Yo no quiero eso.
Cada vez que entraba en Facebook, Instagram o esa cloaca glorificada que es Twitter (ahora con nombre de juguetería futurista), terminaba peor que antes. Me llenaba la cabeza de cosas que no necesitaba ver. Comparaciones, noticias manipuladas, peleas absurdas, gente gritando consignas como si fueran verdades reveladas por Moisés en tablets de silicio.
¿Y yo? Yo ahí, dándole “me gusta” a fotos de gente que no veo hace años, viendo reels de vidas ajenas editadas con filtro y música de moda, como si eso fuera vida.
Como si eso fuera mi vida.
Cansado. Agotado. Desconectado de lo esencial.
Así que basta.
Cierro todo.
No quiero más likes vacíos.
No quiero más notificaciones que me interrumpen cada 10 minutos para decirme que alguien subió una historia comiendo sushi.
No quiero más discusiones con desconocidos que jamás me invitarían un café, pero sí me tirarían con un ladrillo ideológico por la cabeza.
Prefiero el silencio.
Prefiero una charla con alguien que esté presente.
Prefiero escribir en este blog que nadie o casi nadie lee, pero que me representa mil veces más que un posteo que desaparece a las 24 horas.
Voy a extrañar algunas cosas, no lo niego. Pero sé que este es el camino que necesito. Volver a habitar mi tiempo. Volver a ser dueño de mis pensamientos. Salir de la rueda del hámster digital que solo gira para alimentar egos, venderte mierdas o mantenerte entretenido mientras el mundo real se cae a pedazos.
Si querés saber de mí, sabés dónde encontrarme.
No voy a desaparecer. Solo dejo de ser parte del circo.
Hasta acá llegué.
Redes (in)sociales, adiós.
Que el algoritmo les sea leve.

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