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Enterrado en la nieve, pero el mate no te abandona |
No sé en qué momento exacto el mate dejó de ser solo una bebida para convertirse en parte de mi identidad. Pero ahí está, como un compañero leal que no hace preguntas, que no te exige explicaciones, que simplemente está.
El mate es como ese amigo silencioso que te acompaña en los días buenos y en los días que no querés ver a nadie. El que está cuando estudiás, cuando laburás, cuando no pegás un ojo en toda la noche, cuando hay visitas y cuando no. Cuando estás en casa o cuando estás lejos. El mate te sigue.
Tiene algo de ritual, algo de liturgia. Calentar el agua “a punto”, elegir la yerba, cebar. Es casi un acto sagrado. Cada uno tiene su modo. Su termito, su mate preferido, su bombilla amiga. Y si alguien se atreve a lavártelo mal o a cambiarte el orden de las cosas, es casi una falta de respeto. Porque el mate no es cualquier cosa. Es cosa seria.
Hay quienes lo toman dulce, quienes lo prefieren amargo. Hay quienes lo ceban con amor, y otros que lo ceban como si estuvieran llenando un balde. Pero más allá de cómo se tome, el mate es símbolo de lo nuestro. Es compartir. Es rueda. Es ronda. Es pausa. Es conversación. Es silencio. Es estar.
En mi caso, ha sido testigo de muchas páginas escritas. De decisiones importantes. De mates con mamá mirando algún lago de la isla, de charlas interminables con amigos, de mates solitarios escuchando la radio mientras allá afuera el mundo gira.
No me importa si estás en Ushuaia o en La Quiaca. Si estás solo o rodeado. Si sos de izquierda, de derecha, de Boca, de River, de ningún lado. Si hay mate, hay algo que nos une. Porque el mate es patria líquida, es raíz, es refugio.
Y si alguna vez me exiliara, si alguna vez me tocara estar lejos, lo único que pediría sería una buena yerba y un mate de madera. Porque puedo bancarme la distancia, el idioma extraño, las comidas raras… pero sin mate no soy nadie.
Así que esta es mi humilde oda al mate. Al que no te juzga. Al que no se ofende si no hablás. Al que se enfría pero igual lo querés. A ese que, cuando todo parece desmoronarse, te ofrece una ronda y te dice sin palabras: "Dale, seguí. Yo estoy acá."
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