lunes, 9 de junio de 2025

EL MONTE OLIVIA, EL EMPERADOR QUE NOS OBSERVA

Eliminando las distracciones, se levanta el emperador de la isla 

Hay algo en el Monte Olivia que te atrapa, aunque no lo busques. Basta con que mires hacia el este apenas salís a caminar por Ushuaia, y ahí está: firme, inmenso, eterno. Testigo silente de todos los que llegan, y también de todos los que se van.

No sé bien cuántas veces lo habré fotografiado, cuántas lo habré saludado con la mirada desde la costanera, o simplemente lo habré dejado vigilarme mientras escribía, pensaba o callaba. Porque el Monte Olivia no es solo una montaña. Es el emperador de esta parte la isla, el primero en saludarte al amanecer y el último en despedirte cuando el sol se esconde.

Dicen que su nombre viene de la voz yámana «Uliwai» que significa «Extremo de punta de arpón» Dicen muchas cosas, y todas podrían ser ciertas. Pero en el fondo, el Olivia se llama como se llama porque impone, porque se lo ganó. Porque no hay otra forma de nombrarlo que con respeto como lo hacían los pueblos originarios de la zona

Cuando llega la noche y la luna en esta "profesional" toma nocturna

En verano, el Monte Olivia es majestuoso. En invierno, es directamente un dios blanco, cubierto de nieve como un manto real. Cuando la nube baja, lo esconde, pero uno sabe que está ahí. Siempre está ahí. Como un guardián de los secretos fueguinos, como el confesor silencioso de la ciudad.

¿Cuántos lo habrán mirado con lágrimas en los ojos, sintiendo que se estaban despidiendo de un lugar al que no sabían que iban a amar tanto? ¿Cuántos lo habrán visto al llegar, con esa mezcla de ansiedad, miedo, esperanza y frío? ¿Cuántos lo habrán soñado? Yo, seguro, varias veces.

El Olivia se empieza a vestir para el invierno 

El Olivia no tiene redes sociales, no opina de política, no necesita likes. No grita, no interrumpe. Solo permanece, como lo hacen las cosas verdaderas. Y eso créame, ya es mucho.

A veces me pregunto si él también nos observa, si toma nota mental de quienes pasan. Si recuerda los rostros de los que ya no están. Si llora con nosotros cuando hay duelo, o si sonríe, cuando cae la primera nevada y los chicos corren por la calle con trineos improvisados.

El Monte Olivia podrá no tener un alma, pero sí sé que tiene presencia. Que tiene una dignidad quieta, profunda. Y eso es más que suficiente.

Por eso, cada vez que salgo y lo veo ahí, siento que todo va a estar bien. Porque si él sigue en pie, entonces nosotros también podemos hacerlo. Aunque cueste. Aunque duela. Aunque a veces no veamos el camino. Porque hay cosas que no se mueven, que no se rinden. Y el Monte Olivia es una de ellas.

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