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| Que hermosa ironía nivel IA |
Un diario de Río Grande publicó que los viajes de remises cayeron de 26 a 9 por día. ¿El culpable? Uber. ¡Ay, Uber! Ese demonio moderno que, según muchos, llegó a destruir el oficio del "conductor profesional" y traer el apocalipsis vial. Qué raro todo. En Ushuaia no nos quedamos atrás: cada vez que alguien se anima a abrir la app, no falta el grito al cielo de los autoproclamados paladines del volante legal. Pero... ¿y si le rascamos un poquito a la pintura? A ver qué hay detrás del enojo.
Porque seamos honestos: la nueva bronca de estos últimos días no es por Uber, es porque se terminó la temporada de cruceros. Fin del cuentito de hadas. Fin de la vaquita mágica que permite vivir como marajá tres meses para después hibernar el resto del año esperando que el verano vuelva a salvar el bolsillo. Entonces aparecen las quejas, los comunicados de asociaciones de choferes, las entrevistas con tono dramático y los dedos apuntando al enemigo de moda que hoy es Uber, pero que en cualquier momento puede ser cualquier otra plataforma que intente conquistar el mercado de la isla.
Pero... ¿no es curioso cómo durante la temporada de cruceros (incluso fuera de ella) algunos taxis mágicamente se convierten en “servicios turísticos”? No tienen formación, no tienen habilitación como guías, pero llevan y traen turistas por la ciudad como si fueran embajadores culturales. Claro, cuando la billetera manda, la ética a veces se toma vacaciones. Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago.Y hoy, en el colmo de la contradicción, no es raro pedir un Uber y que te caiga un taxi, o que alguno de ellos te diga "te cobro como Uber". ¿Cómo era la historia del lobo y las ovejas? Parece que todo depende de qué lado del mostrador estés y cuán flaca esté la vaca. Al final, las reglas sólo parecen importar cuando no se está ganando.
Acá no se trata de defender a Uber como si fuera el Mesías ni de atacar a los trabajadores del volante, que bastante tienen que aguantar en este clima, la burocracia local y las calles llenas de hielo y estado deplorable. Pero sí se trata de dejar de hacernos los distraídos: el fundamento principal de toda esta cuestión no es por los viajes perdidos, eso es la consecuencia, acá lo que jode es que el monopolio cómodo se empieza a resquebrajar. Y cuando eso pasa, toca competir. Toca mejorar. Toca salir de la zona de confort, esa que dice “yo tengo mi parada, que el cliente venga a mí” o el ni loco subo al escondido, al dos banderas, etc.
¿Y si, en vez de enojarse con Uber, se preguntan por qué la gente elige otras opciones? ¿Será por precio? ¿Por disponibilidad? ¿Por trato? ¿Por el sistema obsoleto de los radiotaxis? ¿Por esas veces que llamás a un remis y te atienden como si estuvieras molestando en su siesta? ¿O porque a veces, mis probabilidades de estar con Pampita son más altas que me atiendan el teléfono en una tormenta de nieve?
La tecnología avanza. Las formas de moverse cambian. Y no podés frenar el viento con las manos. Capaz no es Uber el enemigo. Capaz lo que molesta es tener que salir de la rutina y replantear cómo se labura. Porque cuando uno depende exclusivamente de una temporada, de una sola fuente de ingreso, y no hay reinvención ni adaptación, todo lo que no encaje molesta.
Entonces sí: qué raro todo. Pero no tan raro si uno mira con los ojos bien abiertos. En el fondo, todos queremos llegar a fin de mes. Y tal vez el futuro no sea pelear contra Uber ni jugar a ser guías de turismo sin serlo, sino encontrar maneras de convivir, de profesionalizarse, de mejorar el servicio y de, por qué no, subirse a la ola en vez de quedarse parado gritando en la orilla.
Porque la modernidad no espera. Y acá, en el fin del mundo, o remás... o te tapa el hielo.

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