miércoles, 28 de mayo de 2025

¿DE PERROS O DE GATOS?

Un dibujo cuasi perfecto

¿Perros o gatos? 

Me lo han preguntado mil veces. En una cena, en un asado, en la cola del banco, o peor, en una primera cita (bueno, esto en realidad no sé) y siempre me miran esperando una respuesta emocional, una declaración de amor, como si tuviera que jurar fidelidad a una bandera peluda:

—¿Y vos sos más de perros o de gatos?

Yo ya ni pestañeo. Me acomodo la campera, me rasco la barbilla, y respondo sin dudar:

—Prefiero las plantas.

Silencio. Siempre hay un silencio incómodo después. Como si acabara de decir que mato cachorros por deporte o que colecciono uñas ajenas. Pero no. No es odio. No es desprecio. Es elección. Y un poco, cansancio (tal vez cansancio de que si o si sea una cuestión binaria).

Perros: hermosos, nobles, peludos, intensos. Te siguen con la mirada como si fueras Dios. Y sí, te aman con una lealtad que a veces duele, porque uno no está hecho para ese nivel de devoción. Uno no puede ni con su propio reflejo y viene un perro a amarte sin condiciones. Te lame las heridas, te mira como si todo estuviera bien. Pero también te necesita cada cinco minutos, llora si te vas, te exige presencia como si fueras oxígeno. Hermoso, pero agotador.

Gatos: dueños del misterio, reyes del desapego. Te ignoran con estilo. Te dan amor cuando quieren. Se te suben al pecho a las tres de la mañana para recordarte que el cariño también puede ser una emboscada. Elegantes, bellos, impredecibles. Pero también altivos. Dramáticos. A veces, francamente, insoportables. Un gato puede mirarte mientras te caés al piso y, en lugar de ayudarte, bostezar y seguir con su vida.

Y en ese eterno duelo de mamíferos domésticos, yo me bajo del ring.

Yo elijo a las plantas.

Las plantas no te exigen que las saques a pasear. No maúllan a las cuatro de la mañana. No te miran con pena si llegás tarde. No rompen sillones. No necesitan que les compres alimento balanceado. Las plantas simplemente son.

Y cuando les das agua, cuando les hablás, cuando las trasladás a una ventana con más sol, te lo agradecen en silencio. Crecen. Florecen. Se ponen más verdes. Se abren hacia la luz como si entendieran que vivir también es buscar el calor, incluso en invierno. 

Una planta no necesita paseo. Ni psicólogo. Ni correa. Ni arena.

Las plantas no te juzgan si llegás con ojeras o si pasaste la noche llorando. No se van si no las acariciás. No te reclaman nada, pero tampoco te abandonan. Están. Quietas. Constantes. Haciendo su trabajo sagrado de absorber el dióxido de carbono y devolverte oxígeno, sin que se lo pidas.

Y sí, capaz no te lamen la cara. Ni te ronronean. Pero te hacen compañía sin ruido. Y eso, hoy que uno está saturado de estímulos, de gritos, de notificaciones, es un regalo.

No tenés que elegir, claro. Podés amar a un perro, a un gato, a un helecho, o a nadie. Pero cuando me preguntan qué prefiero, la verdad es que no estoy para eso. 

Porque si tengo que ser crudamente sincero: Yo elijo la paz fotosintética. A no ser que sea un Bulldog, me encantan los bulldog 😅

Escribo esto mientras tengo tres perros encima mío, peleando por mi atención 😂 

Por cierto, les presento a la Hikay



No hay comentarios:

Publicar un comentario

POPULARES