miércoles, 21 de agosto de 2024

EL FRÍO DE AGOSTO Y UNAS PARTIDAS DE AGE OF EMPIRES

Le pedí a Dall-E que me cree algo para el post y esto fue lo que sacó. Creo que cree que vivimos en una escollera y que jugamos con la mente. Tal vez mirábamos un stream

El frío de agosto en Mar del Plata es de esos que cala en los huesos y te obliga a buscar abrigo, no solo en las prendas, sino también en la compañía. Hoy, mi hermano y yo nos preparamos como si fuéramos a desafiar la tundra misma; bufandas, gorros, camperas y guantes que apenas dejan ver los dedos. Pero la verdad es que no salimos a ningún lado. La tormenta que se agita afuera hace que la ciudad parezca una versión moderna de la antigua Terra Incognita, con su mar embravecido y su viento cortante, pero nosotros optamos por quedarnos en casa. Nos abrigamos como si fuéramos a explorar el Polo Norte, pero la expedición solo llega desde la mesa hasta la cocina.

Es curioso cómo el ritual de prepararse para el frío es casi una excusa para sentir que se hace algo más que simplemente quedarse encerrado. De alguna manera, en nuestra mente, es como si fuéramos parte de una gesta heroica, aunque el único adversario real es la cuenta de electricidad. Ahorrar en el consumo de energía se ha vuelto una aventura en sí misma; es el reto de encontrar la manera de mantener el calor sin tener que hipotecarnos en el proceso. Hace poco leía que Mar del Plata es una de las ciudades con mayor cobertura a la red de gas natural de la provincia y no pude hacer otra cosa que reir para no llorar con tan aseveración. Si nosotros tenemos la mejor cobertura (y en mi zona ni cerca estamos de tener ese servicio) no me quiero ni imaginar lo que es el resto de la provincia de Buenos Aires.

Mientras las alarmas de las aplicaciones meteorológicas nos bombardean con advertencias de ciclogénesis —una palabra que suena más a ciencia ficción que a realidad— nos entregamos al placer simple y cálido de un chocolate caliente. La idea de un ciclón formado sobre el océano me hace pensar en alguna batalla épica, donde las fuerzas de la naturaleza se convierten en aliados o enemigos, dependiendo de cómo juegues tus cartas.

Y así, en este microcosmos que es nuestra sala de estar, nos encontramos con mi hermano, comandando ejércitos virtuales en el mítico y glorioso Age Of Empires II mientras afuera la naturaleza despliega toda su furia. Las marejadas azotan la costa y el viento silba como un ente maligno buscando una grieta por donde colarse, pero nosotros estamos cómodamente refugiados en la ilusión de control que nos da el juego. No es la primera vez que nos encontramos así, pero cada vez tiene su sabor particular, como si la familiaridad de la rutina se viera atravesada por el clima que nunca es igual.

La partida avanza, y con ella también el tiempo. Las horas parecen desdibujarse en este espacio donde la realidad y la fantasía se mezclan, donde un sorbo de chocolate caliente puede transportarte a un campamento medieval rodeado de catapultas y lanceros. Hay algo profundamente reconfortante en esa desconexión con el mundo exterior, en saber que, aunque afuera el mar esté furioso y el cielo plomizo, aquí dentro hay un orden que podemos manejar. Como si la vida, al menos por unas horas, obedeciera a las reglas que nosotros mismos imponemos.

Es un consuelo extraño, pero un consuelo al fin. No es que ignoremos la realidad —el frío, la ciclogénesis, la factura de electricidad—, sino que la enfrentamos con las armas que tenemos a mano. A veces, esas armas son tan simples como una computadora que apenas anda y una taza de chocolate. Otras veces, son más abstractas, como la capacidad de crear mundos en los que podemos ganar, aunque sea de vez en cuando.

Con el correr de la tarde, el sonido de la tormenta se hace más lejano, más parte del fondo, como el murmullo de una conversación en la mesa de al lado. Ya no importa tanto si afuera el mar se come las playas o si el viento arranca ramas. Aquí, en esta pequeña fortaleza que es nuestra casa, la batalla es otra, y en esta, al menos, tenemos una chance.

El aire en la casa se siente espeso, cargado de una mezcla de calor humano y esa fragancia densa del chocolate de dudosa procedenciaa. Las ventanas empañadas son testigos de nuestra pequeña burbuja, de cómo el tiempo parece detenerse en cada sorbo. Pero al mismo tiempo, el mundo sigue girando allá afuera, el mar sigue golpeando con furia la costa, y el viento sigue buscando a quién incomodar. Es una danza constante entre lo que podemos controlar y lo que no, entre lo que elegimos enfrentar y lo que dejamos pasar.

La partida sigue, y aunque se trate de un simple juego, uno no puede evitar notar ciertas similitudes con la vida misma. Las decisiones que tomamos, las batallas que elegimos librar, incluso las derrotas, todo parece tener un eco en lo que sucede más allá de la pantalla. En Age of Empires, igual que en la vida, no siempre se trata de ganar, sino de cómo se enfrenta la batalla. A veces, la verdadera victoria está en resistir, en saber cuándo retirarse para luchar otro día. En término muy de gamer, en saber cuando tirar un "GG"

Es cierto que el invierno marplatense puede ser implacable, pero también tiene sus tesoros escondidos. Hay algo en esos días grises y ventosos que invita a la introspección, a encontrar calor en lo que realmente importa. Y así, mientras la tormenta se desgasta y la noche se instala sobre la ciudad, uno no puede evitar sentir una especie de gratitud. No por el clima, claro, sino por la oportunidad de vivir este tipo de días, de encontrar en la adversidad un motivo para acercarse un poco más al otro, aunque sea en torno a una consola de videojuegos y una taza de chocolate caliente.

Mientras la partida llega a su fin y el silencio empieza a ocupar el espacio que antes llenaba el ruido de la tormenta, mi hermano y yo intercambiamos una mirada cómplice. No necesitamos palabras para entender lo que ha sido este día. Afuera, el mar sigue rugiendo, el viento sigue azotando, pero aquí dentro, hemos creado nuestro propio pequeño refugio. Y aunque mañana quizás todo vuelva a ser como antes, aunque el sol pueda aparecer y las alarmas de ciclogénesis se conviertan en un recuerdo lejano, algo de este día quedará con nosotros.

Quizás sea la certeza de que, a pesar de todo, hay maneras de enfrentar lo que viene. O quizás sea simplemente el hecho de saber que, en medio de cualquier tormenta, siempre es posible encontrar un momento de paz, un rincón cálido donde descansar. Y tal vez, solo tal vez, eso sea lo único que realmente necesitamos para seguir adelante.

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