viernes, 12 de junio de 2020

QUIEN COME CALAFATES...


Cuenta un famoso refrán regional que: El que prueba calafate, vuelve a la Patagonia ¡Y si que es cierta! Cuando yo era niño vivía en el Barrio Almirante Storni de la Armada Argentina (popularmente llamado “200 viviendas”). Todos los años, en los últimos días del verano, caminábamos bordeando el arroyo Buena Esperanza hacia la avenida Magallanes que en aquellos años de inicio de la década del 90 era de ripio y no se parecía nada a lo que es en la actualidad. Llegar hasta allí y subir por la Marcos Zar era como ir a la mismísima nada salvo porque era, el paraíso para nosotros que amamos el calafate, decenas de estos arbustos estaban por doquier para empacharnos de estas fabulosas bayas que nos endulzaba la vida
¿Qué es el calafate?

Científicamente llamado Berberis microphylla / buxifolia / heterophylla es un arbusto endémico y silvestre originario de la Patagonia Argentino-Chilena de no más de un metro y medio de altura y muchísimas (¡Si muchísimas!) espinas. De octubre a enero da unas pequeñas flores color amarillo y después, produce sus pequeñas bayas (1 centímetro aproximadamente) que son comestibles (y deliciosas) de color azul violáceo. Con sus frutos se realizan varios productos como dulces, helados, cervezas saborizadas, licores, etc.


Las leyendas de un fruto ancestral

Cuando estudiaba en la escuela primaria (la 30 “Oshovia”) y aprendíamos sobre las tradiciones de los pueblos originarios de la Patagonia, esta era la leyenda que nos enseñaban:

“La doncella Calafate”

Según la mitología del pueblo tehuelche, Calafate era una hermosa joven de ojos dorados e hija del jefe de la tribu que se enamoró de un muchacho de origen selknam, que en su paso a convertirse de kloketen a hombre realizaba el tradicional ritual conocido como Hain (Una variante a la leyenda, es aquella en la que Calafate era una joven selknam y que el joven era un prisionero yagán atrapado en las costas de Tierra del Fuego). La relación entre ambas tribus no era buena y el padre de Calafate, se oponía rotundamente al matrimonio entre los dos jóvenes que ya planeaban escapar juntos. Para romper la relación entre los enamorados, el jefe de la tribu consultó con el chamán quien transformó a la joven en una planta espinosa con flores doradas como sus ojos, nunca antes vista en esas tierras.

Por muchos meses el joven vagó por la estepa buscando a su amada Calafate y debido a su gran amor, se dice que los espíritus apiadándose de él, lo ayudaron convirtiéndolo en una pequeña y rápida ave con el fin de recorrer con más velocidad las grandes extensiones patagónicas.

Así pasó el invierno y la primavera, hasta que un día de verano, el joven pájaro se posó en un arbusto que no había visto antes y al probar sus frutos se dio cuenta de que eran tan dulces como el corazón de Calafate logrando reencontrarse después de años de búsqueda.

En la Patagonia todavía se sigue contando que el embrujo de Calafate permanece en los frutos de este típico arbusto y quien los coma una vez, siempre regresará al lugar donde lo hizo por eso la leyenda dice: "El que come Calafate, siempre vuelve por más".



Otra leyenda al respecto cuenta:

La historia de Koonex, la anciana curandera


Se dice que en el otoño, los bosques de ñires, lengas y coihues comienzan a tomar un tono característico, anunciando el cambio de estación, mismo que produce un efecto multicolor en los árboles, que va desde un rojo intenso, dorado y anaranjado, transformación que se repite año tras año desde hace miles de años.

En este paisaje vivían los tehuelches, quienes se dice eran los dueños originarios de la tierra, mismos que al llegar el invierno comenzaban a emigrar a pie hacia el norte buscando alimento y abrigo, debido a que el frío no era tan intenso.

En relación con estas migraciones, la tradición patagónica conserva la leyenda de que cierta vez Koonex, una anciana curandera de la tribu, quien debido a su edad no podía caminar más, comprendiendo la ley natural de la vida decide cumplir con su destino.

Posterior a dicha situación, las mujeres de la tribu comenzaron a confeccionar un toldo con pieles de guanaco añadiendo abundante leña y alimentos.

Luego de la despedida, Koonex, fijó sus ojos cansados a la distancia hasta que la gente de su tribu desapareció tras el filo de una meseta, comenzando a sentir el silencio como un sopor envolvente y pesado después de ver que todos los seres vivientes se alejaban dejándola morir mientras el cielo multicolor se extinguía lentamente.

Así pues, pasaron muchos soles y muchas lunas, hasta la llegada de la primavera que trajo consigo los primeros brotes, las golondrinas, los chorlos, los alegres chingolos y las charlatanas cotorras en aquellas letras.

Cuenta la leyenda que luego del retorno de la vida y sobre los cueros del toldo de Koonex, se posó una bandada de aves que cantaban alegremente.

De pronto, se escuchó la voz de la vieja curandera que, desde el interior del toldo, las reprendía por haberla dejado sola durante el riguroso y largo invierno.

Un chingolito, tras la sorpresa, le respondió: - nos fuimos porque en otoño el alimento escasea, además de que en el invierno no tenemos lugar en donde abrigarnos- , -Los comprendo-, respondió Koonex, -por eso, a partir de hoy tendrán alimento en otoño y abrigo en invierno, y así nunca me quedaré sola- luego la anciana calló.

Luego de que una ráfaga de viento volteara los cueros del toldo de donde aquella voz apareció, en lugar de Koonex se hallaba un hermoso arbusto espinoso, de perfumadas flores amarillas.

Al llegar el verano, las delicadas flores se hicieron fruto y antes del otoño comenzaron a madurar tomando un color adulzorado de un exquisito sabor y alto valor alimentario.

Cuenta la leyenda que desde aquel día algunas aves no volvieron a emigrar más y las que se habían marchado, al enterarse de la noticia, regresaron para probar el nuevo y delicioso fruto del que quedaron prendados.

Fue así que los tehuelches, luego de regresar también lo probaron, adoptándolo para siempre y así desparramaron las semillas en toda la región adoptando la leyenda conocida hasta hoy como "el que come Calafate, siempre vuelve."

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