NOSOTROS NO CELEBRAMOS HALLOWEEN

¿Calabazas? Mejor para comer

Halloween, esa festividad importada que ha ganado popularidad en muchos lugares del mundo, incluyendo lamentablemente Argentina, es un tema que ha suscitado una serie de opiniones encontradas. Desde mi perspectiva, veo Halloween como una festividad que no forma parte de la identidad argentina ni mucho menos de la identidad cristiana. A lo largo de este extenso texto, exploraré en detalle mis razones para mantener una opinión negativa sobre Halloween en el contexto de Argentina y desde una perspectiva cristiana.

Antes de profundizar en los argumentos en contra de Halloween, es importante comprender el origen de esta celebración y cómo ha evolucionado a lo largo del tiempo. Halloween tiene sus raíces en la antigua festividad celta de Samhain, que marcaba el final del verano y el comienzo del invierno. Los celtas creían que en esta fecha, los espíritus de los muertos volvían a la Tierra, y para protegerse de los espíritus malignos, encendían hogueras y usaban disfraces.

Con la expansión del cristianismo, la Iglesia Católica Romana intentó cristianizar las festividades paganas, y Samhain se fusionó con el Día de Todos los Santos, que se celebraba el 1 de noviembre. De esta manera, la noche anterior a Todos los Santos se convirtió en la víspera de "All Hallows' Eve," lo que finalmente derivó en Halloween.

Sin embargo, el Halloween que conocemos hoy en día tiene sus orígenes en América del Norte. Fue llevado a América por los colonos europeos y se ha convertido en una festividad comercial y culturalmente importante en Estados Unidos, donde la influencia de la industria del entretenimiento, la publicidad y el comercio ha hecho que esta festividad sea celebrada de manera masiva y, en ocasiones, excesiva.

En Argentina, Halloween ha ido ganando terreno en las últimas décadas, especialmente entre los más jóvenes. Pero a pesar de su creciente popularidad, muchos argentinos (incluyéndome por supuesto) se mantienen reacios a adoptarla como parte de su cultura. Aquí es donde comienzan las opiniones negativas sobre Halloween.

Primeramente y desde mi perspectiva como cristiano, Halloween se presenta como una celebración que promueve el culto a lo oculto y lo maligno. La representación de brujas, fantasmas y monstruos puede ser perturbadora y contribuir a una visión distorsionada de lo que es el bien y el mal. En lugar de celebrar la vida y la luz, Halloween se centra en la oscuridad y la muerte. Esta contradicción con los principios cristianos hace que sea difícil para mí, y para muchos cristianos, aceptar Halloween como una festividad inofensiva o divertida.

El énfasis en el aspecto tenebroso y macabro de Halloween también puede ser problemático para algunos padres y profesionales de la educación en Argentina. La exposición a imágenes y temas de terror puede ser inapropiada para niños pequeños y puede contribuir a una cultura de violencia y miedo en lugar de promover valores más positivos y constructivos. Como padre, me preocupa que mis hijos sean expuestos a contenidos que puedan perturbar su mente o que promuevan una visión distorsionada de la realidad. Prefiero fomentar en ellos valores de amor, bondad y respeto por la vida, en lugar de celebrar una festividad que gira en torno al miedo y la muerte.

Otro de los principales argumentos en contra de Halloween en Argentina es que es una festividad ajena a nuestra cultura. Nuestra nación tiene una rica historia de tradiciones y festividades propias, como el Día de la Independencia, el Día de la Revolución de Mayo y el Día de la Tradición (que por cierto hay gente que no tiene idea de cuando es), entre otros. Estas festividades reflejan la identidad argentina y su historia. Halloween, en contraste, es una celebración que no tiene raíces en la cultura argentina y que se ha importado principalmente a través de influencias extranjeras, en particular, de los Estados Unidos.

En esencia, como argentino, veo la adopción de Halloween como una pérdida de la riqueza de nuestras tradiciones y un desvío de nuestra identidad cultural. En lugar de celebrar festividades que nos conecten con nuestra historia y raíces, estamos adoptando una festividad que no tiene ningún vínculo con nuestra tierra ni con nuestra gente. Esto puede llevar a una dilución de nuestra identidad cultural y una adhesión acrítica a lo peor de las modas extranjeras.

Otra cosa absurda de esta "fiesta" es el aspecto comercial que tiene Halloween. Al igual que en muchos otros lugares, varias tiendas y empresas argentinas aprovechan esta festividad para vender disfraces, decoraciones y caramelos, lo que lleva a un aumento irracional de los gastos en una época del año en la que muchas familias argentinas ya no saben cómo seguir económicamente. La crítica al aspecto comercial de Halloween no se limita solo a los gastos. También se argumenta que esta festividad promueve el consumismo y la cultura de lo desechable. 

En resumen, desde mi perspectiva personal, Halloween es una festividad que no forma parte de la identidad argentina ni cristiana. La adopción de Halloween en Argentina se percibe como una pérdida de nuestra rica tradición cultural y un alejamiento de nuestras creencias religiosas. La promoción de lo macabro y lo tenebroso choca con los valores cristianos y puede tener un impacto negativo en la mente de los niños. Además, el aspecto comercial de Halloween puede llevar a un

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PALESTINA LIBRE: UN GRITO POR LA JUSTICIA

Justicia por Palestina

Reconozco que he tardado en subir este mensaje, pero quería reflexionarlo en profundidad y que todo lo que expreso sea fiel reflejo de la única verdad

En el corazón del Medio Oriente existe una tierra venerable cargada de antigüedad, una tierra que anhela fervientemente el dulce abrazo de la libertad. Palestina, una región bendecida por los anales de la historia y marcada por décadas de opresión desgarradora, se mantiene valientemente en medio de un conflicto incesante, una dislocación incesante y una ocupación militar inflexible. En su suelo sagrado, la búsqueda de justicia y tranquilidad se ha metamorfoseado en un vívido testimonio de la resiliencia humana, un faro de esperanza firmemente sostenido.

El Estado sionista, a lo largo de los años, ha llevado a cabo acciones que proyectan una sombra desalentadora sobre el orden internacional. La construcción de asentamientos ilegales en la disputada extensión de Cisjordania resuena con los dolores de una injusticia perpetua. Cada ladrillo colocado en estos territorios en disputa sirve como un recordatorio inquebrantable del despojo y la privación de derechos infligidos a la población palestina.

En la Franja de Gaza, la prisión al aire libre más grande del mundo, la gente soporta un bloqueo implacable e inhumano que les priva incluso de las condiciones más rudimentarias necesarias para una existencia digna. Palestina, una tierra que cuenta con un intrincado entramado de historia y cultura, invita a liberarse de cargas y a florecer sin las limitaciones impuestas por fuerzas externas.

En el ámbito internacional, una fracción de la comunidad global se ha sumado a la condena unánime de estas transgresiones. Sin embargo, gracias a las fatídicas intervenciones de las "potencias occidentales" se han pasado por alto persistentemente violaciones flagrantes del derecho internacional y de las resoluciones de las ¿Naciones Unidas? lo que ha fomentado un clima de impunidad. El llamado a la justicia debe resonar con mayor intensidad, un llamado de atención a todos para que el mundo no desvíe la mirada de la lucha indomable de Palestina por la emancipación.

En el tapiz interconectado de nuestro mundo contemporáneo, nos corresponde a nosotros alzar nuestras voces en solidaridad inquebrantable con el pueblo palestino. La historia de Palestina es un llamado a toda la humanidad, un recordatorio resonante de que la justicia y la igualdad son principios universales, valores indomables que no pueden ser ignorados. El deseo de libertad que late en los músculos mismos de Palestina exige nuestro decidido apoyo... un imperativo que la comunidad internacional debe defender inquebrantablemente.

En este momento, oscurecido por las sombras de la desesperación, no olvidemos que la esperanza y la resiliencia son indestructibles, un testimonio del espíritu humano inquebrantable. Una Palestina liberada no es simplemente un sueño etéreo; es un compromiso inquebrantable con la justicia, una adhesión firme a los principios consagrados en el derecho internacional. La tierra de Palestina, con su profunda historia y su pueblo perdurable, merece disfrutar del abrazo de la libertad y la tranquilidad.

Como persona de fe cristiana, mi corazón se llena de un ardiente rechazo a la violencia perpetrada por el Estado de Israel y sus fuerzas de ocupación contra la población palestina. De igual manera, condeno enérgicamente cualquier ataque terrorista contra la población civil israelí. 

Los años pasan, pero el espectro de esta tragedia continúa atormentándonos. Nuestra fe cristiana, herencia espiritual que floreció en el corazón mismo de Oriente Medio, donde sus raíces se hunden profundamente en el suelo de la historia, tiene un significado profundo. Fue en la antigua ciudad de Antioquía donde los devotos seguidores de Jesús recibieron por primera vez el sagrado apelativo de "cristianos".

Este viaje sagrado comenzó con los cristianos palestinos, quienes se embarcaron en viajes que atravesaron vastos océanos, llevando su fe inquebrantable a costas lejanas, donde se fusionó perfectamente con las comunidades cristianas de otras latitudes. Extendemos nuestro profundo agradecimiento a quienes han llevado la antorcha de esta sagrada fe a través de las vicisitudes del tiempo, preservando su luminoso legado.

No olvidemos que hace sólo unos días se desarrolló ante nuestros ojos una tragedia indescriptible: se desató un acto de violencia genocida en un hospital perteneciente a la comunidad anglicana y a la iglesia ortodoxa de San Porfirio en Gaza. Este grave incidente es sólo un ejemplo del sufrimiento que soporta el pueblo palestino. Es un recordatorio conmovedor de que nuestra fe nos llama a ser centinelas inquebrantables de la justicia, a dar testimonio del coraje inquebrantable de una población asediada que anhela la libertad.

Es dentro de esta narrativa global de historia y fe donde encontramos la resonancia de nuestros corazones cristianos con la difícil situación del pueblo palestino. Como cristianos, estamos llamados a reflejar la compasión y el amor que Cristo encarnó tan profundamente durante su estancia terrenal. En las Sagradas Escrituras encontramos el clamor rotundo por la justicia, por la defensa de los oprimidos y oprimidos. Nuestra fe está intrínsecamente entrelazada con principios de amor, compasión y un compromiso firme con la rectitud.

En este sagrado camino de fe, debemos permanecer vigilantes, porque en nuestra fe descubrimos el deber inquebrantable de defender los valores de la justicia y la equidad. Como fieles, estamos llamados a abrazar el espíritu de las Bienaventuranzas, donde Cristo bendijo a los pacificadores, a los misericordiosos y a los que tenían hambre de justicia. Las Bienaventuranzas, inscritas en los corazones de los creyentes, hacen eco del llamado de clarín para que trabajemos incansablemente por un mundo donde prevalezcan la paz, la misericordia y la justicia.

Dentro del espectro de la doctrina cristiana, encontramos la creencia de que cada individuo porta la imagen divina. Esta profunda enseñanza enfatiza el valor y la dignidad inherentes de cada ser humano, independientemente de su origen étnico, nacionalidad o credo. Nos corresponde a nosotros, como cristianos, reconocer la chispa divina en cada persona, incluidos nuestros hermanos y hermanas palestinos.

En las parábolas de Cristo encontramos historias que ensalzan las virtudes de la compasión, el perdón y la búsqueda incesante de la reconciliación. Una de esas parábolas es la del "buen samaritano", en la que Cristo nos enseña a tender la mano a los necesitados, incluso si provienen de diferentes orígenes o creencias. El mensaje eterno de esta parábola resuena con el llamado a la compasión y la solidaridad con los marginados, con los que sufren.

En el contexto de la lucha palestina, es crucial que reconozcamos y celebremos estos valores compartidos, estos vínculos comunes que nos unen como familia global.

Además, nuestra fe cristiana nos ordena buscar la paz, convertirnos en pacificadores en un mundo plagado de conflictos. En el Sermón de la Montaña, Cristo proclamó: "Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios". Como cristianos, debemos esforzarnos por encarnar esta misión sagrada, trabajar ardientemente por la paz en regiones sumidas en la agitación.

La difícil situación del pueblo palestino es un claro recordatorio de la urgente necesidad de agentes de paz. El prolongado conflicto en el Medio Oriente ha traído sufrimientos indecibles y es un llamado solemne a la acción para quienes llevan el mensaje de Cristo. Debemos recordar que el Príncipe de Paz, Jesucristo, caminó entre nosotros, trayendo sanación, consuelo y reconciliación. Su ministerio estuvo marcado por el profundo mensaje del perdón y la búsqueda de la paz. Como sus seguidores, nos vemos impulsados a continuar esta sagrada labor de reconciliación y abogar por la paz que el pueblo de Palestina tanto merece.

Nuestra fe nos obliga a actuar, a comprometernos en la búsqueda de la justicia, la paz y la reconciliación. Como cristianos, debemos oponernos firmemente a la violencia y la injusticia, independientemente de su origen. Nuestro compromiso con la justicia es inquebrantable, al igual que nuestra dedicación a los principios del amor y la compasión.

El Libro de Miqueas, en el Antiguo Testamento, resume el llamado divino a la justicia y la misericordia, proclamando: "¡Él te ha mostrado, oh mortal, lo que es bueno! ¿Y qué es lo que espera de ti el Señor?: Practicar la justicia, amar la misericordia y caminar humildemente ante tu Dios." En estas palabras eternas encontramos nuestra sagrada misión como cristianos.

En la búsqueda de justicia para el pueblo palestino, estamos llamados a ser voces de compasión, a ser defensores de los oprimidos. Es nuestro deber solemne defender los principios de justicia, misericordia y humildad, luchar por un mundo donde la dignidad de cada ser humano sea apreciada y respetada.

Las enseñanzas de Cristo subrayan la importancia de perdonar a los demás, incluso ante una grave injusticia. En el Padrenuestro, rogamos a Dios que "perdone nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Esta oración es un recordatorio conmovedor del poder transformador del perdón, del potencial de la reconciliación incluso en las circunstancias más espantosas.

El conflicto palestino-israelí es un caldero de agravios y animosidades profundamente arraigadas. Es una red compleja de heridas históricas, disputas territoriales y narrativas en competencia. Frente a esta complejidad, el perdón es un concepto desafiante, pero esencial. Es un camino hacia la curación, un puente hacia la paz. Como cristianos, debemos abogar por el espíritu de perdón, por la posibilidad de la reconciliación y por el poder de la gracia para trascender la amargura.

El perdón no implica olvido; no requiere que hagamos la vista gorda ante la injusticia. Más bien, nos llama a liberarnos del peso del odio y la venganza, a buscar un futuro libre de las cadenas del pasado. Nos invita a reconocer el dolor y el sufrimiento de todas las partes involucradas, a extender la mano de la reconciliación y a trabajar por un futuro compartido de paz y coexistencia.

En nuestro camino cristiano, encontramos inspiración en las vidas de innumerables santos que personifican las virtudes de la compasión, la justicia y el perdón. San Basilio, conocido entre otras cosas por su profunda dedicación a los pobres, es un ejemplo brillante del poder transformador del amor y la compasión. San Jorge, que luchó fervientemente en defensa de nuestra fe y del pueblo oprimido, ilustra el alcance ilimitado de la misericordia y el compromiso inquebrantable de servir a los marginados.

Estos santos, y muchos otros, nos enseñan que la fe cristiana no es un esfuerzo pasivo; es un llamado a actos activos y tangibles de amor y servicio. En el contexto de la lucha palestina, estamos llamados a ser santos de hoy en día, a emular su ejemplo abogando por la justicia, mostrando compasión a los oprimidos y perdonando a quienes nos han hecho daño.

Nuestra fe también nos enseña la importancia del diálogo y la reconciliación. Cristo mismo fue un maestro del diálogo, interactuando con personas de diversos orígenes y creencias. Se acercó a los recaudadores de impuestos, samaritanos y fariseos, superando divisiones y fomentando el entendimiento. En nuestros tiempos, este espíritu de diálogo y reconciliación es primordial, especialmente en regiones acosadas por conflictos profundamente arraigados.

El diálogo no es un signo de debilidad; es una poderosa herramienta para la resolución y la reconciliación. Es a través del diálogo como se puede fomentar la comprensión, abordar los agravios y trazar el camino hacia la paz. En el caso del conflicto palestino-israelí, el diálogo es un eje para la resolución de un conflicto que ha persistido durante generaciones.

Es en los valores comunes de amor, compasión y justicia donde encontramos una base para el diálogo y la reconciliación. Debemos reconocer que nuestros hermanos y hermanas palestinos, como nosotros, anhelan la paz y la libertad. Anhelan una vida libre de miedo y opresión, tal como nosotros.

Vale la pena señalar que hay muchas comunidades cristianas en Tierra Santa, incluidas Jerusalén, Belén y Nazaret. Estas comunidades cristianas, que existen desde hace siglos, son una parte integral del rico tapiz de la región. Viven junto a sus vecinos musulmanes y judíos y comparten las mismas aspiraciones de paz, justicia y coexistencia.

Como cristianos, tenemos un papel único que desempeñar en la defensa del bienestar de nuestros hermanos y hermanas palestinos, así como de la causa más amplia de la paz en Tierra Santa. Nuestra conexión espiritual con esta tierra, cuna de nuestra fe, nos obliga a asumir un papel activo en la promoción de la justicia y la reconciliación. Es un deber sagrado, que resuena con el llamado a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

En nuestra defensa del pueblo palestino, también debemos ser conscientes de la importancia de la asistencia humanitaria. El pueblo de Palestina ha enfrentado inmensas dificultades, incluidos desafíos económicos, acceso a la atención médica y a las necesidades básicas de la vida. Nuestra fe cristiana nos llama a ayudar a los necesitados, alimentar a los hambrientos, vestir a los desnudos y cuidar a los enfermos. Este mandato es universal y se extiende a todos los rincones del mundo, incluidos los territorios palestinos.

Las organizaciones humanitarias, tanto seculares como religiosas, desempeñan un papel crucial en la prestación de la ayuda que tanto necesita el pueblo palestino. Como cristianos, podemos apoyar a estas organizaciones, tanto a través de nuestras oraciones como de nuestras contribuciones materiales. Es una forma tangible de vivir nuestra fe, de ser manos y pies de Cristo en un mundo marcado por el sufrimiento y la necesidad.

Es importante reconocer que defender la justicia y la paz en Tierra Santa no es un rechazo de las preocupaciones acerca de los actos terroristas de Hamas u otras organizaciones criminales. La conexión judía con todas estas tierras del medio oriente también está profundamente arraigada en la historia y la fe. Es una cuestión compleja y la búsqueda de una solución justa no requiere la negación de los derechos o la identidad legítimos de nadie.

En nuestra defensa del pueblo palestino, debemos tener claro que defendemos la justicia, la paz y la reconciliación, no contra ningún grupo en particular. Nuestra fe nos llama a amar a todos, a buscar el bienestar de todos y a luchar por un mundo donde todos puedan vivir en armonía. 

La lucha palestina por la libertad y la justicia es un llamado a nuestra conciencia cristiana, un llamado a encarnar los valores de amor, compasión y justicia que Cristo ejemplificó tan profundamente. Es un recordatorio de que, como cristianos, estamos llamados a ser pacificadores, defensores de los oprimidos y defensores de la reconciliación. Es un llamado a la justicia, un llamado a la paz, un llamado a la dignidad y la libertad de todo ser humano.

Estamos en una posición única para desempeñar un papel vital en esta búsqueda de la justicia y la paz. Obligados a defender a los marginados, a defender a los oprimidos y a trabajar incansablemente por la reconciliación. En Tierra Santa, donde nació nuestra fe son profundas, estamos llamados a ser faros de esperanza, voces de compasión y agentes de cambio.

Recordemos que el mensaje cristiano es de amor, de compasión y de esperanza. Es un mensaje que trasciende fronteras, que une a personas de diversos orígenes y creencias. Es un mensaje que puede traer sanación a un mundo marcado por el conflicto y la división.

Seamos las manos y los pies de Cristo en un mundo que tan desesperadamente necesita su amor.

El camino hacia la justicia y la paz no es fácil, pero vale la pena emprenderlo. Es un viaje que puede conducir a un futuro mejor, un futuro en el que el pueblo de Palestina pueda vivir en libertad y dignidad, en el que pueda prosperar sin las limitaciones impuestas desde el exterior.

En este camino, saquemos fuerzas de nuestra fe, de las enseñanzas de Cristo y de los ejemplos de los santos que nos han precedido. Seamos inquebrantables en nuestro compromiso con la justicia, la misericordia y la reconciliación. Seamos inquebrantables en nuestro compromiso con el pueblo palestino y con todos los que sufren en la búsqueda de la libertad y la dignidad.

Para ayudar a quienes sufren en Gaza, considere hacer una donación a través de la campaña de recaudación de fondos de la Sagrada Orden de San Jorge en Gaza.

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PEREGRINOS EN UN MUNDO HOSTIL

Nuestro paso por la vida terrenal

En el fragor de esta travesía en la que los pasos se deslizan sobre el suelo terrenal, mi corazón late al compás de un propósito divino. Soy un peregrino en un mundo hostil, un caminante en esta senda de luces y sombras, donde la fe es mi brújula y la Palabra de Dios, mi escudo (Efesios 6:16). Las estrellas en el vasto firmamento parecen guiarnos, como lo hicieron con los sabios de oriente en su búsqueda del Niño Jesús (Mateo 2:9), y mi alma anhela un hogar que no puede ser encontrado en este mundo fugaz.

Mis pies están en la tierra, pero mi espíritu se eleva hacia el cielo. Cada paso en este viaje es un recordatorio constante de que somos ciudadanos del cielo, forasteros en la tierra, y nuestra verdadera herencia está en un reino celestial. La tierra que pisamos es un regalo de Dios, pero no es nuestro destino final. Somos peregrinos en este mundo efímero, y aunque las pruebas y tribulaciones puedan ser numerosas, nuestra esperanza en Cristo es inquebrantable (Hebreos 6:19).

Las tentaciones de este mundo hostil nos rodean, como depredadores al acecho de sus presas. En el jardín del Edén, la serpiente susurró mentiras tentadoras a nuestros primeros padres, y desde entonces, el engaño y la tentación se han convertido en compañeros constantes en nuestra peregrinación. El apóstol Pedro advirtió con sabiduría: "Sed sobrios y velad, porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar" (1 Pedro 5:8).

Sin embargo, no estamos impotentes en medio de este asedio espiritual. Estamos equipados con la armadura de Dios, que nos protege de los dardos del maligno (Efesios 6:11). Nuestra fe es como un escudo que apaga las flechas encendidas del enemigo, y la Palabra de Dios es nuestra espada, lista para ser desenfundada en la batalla espiritual (Efesios 6:17). En cada encrucijada, en cada momento de debilidad, tenemos de nuestro lado la grandiosa obra de Jesús.

Como peregrinos, llevamos en nuestros corazones la certeza de que nuestra lucha no es en vano. Cada batalla es una oportunidad para crecer en la fe y acercarnos más a nuestro Salvador. El apóstol Pablo nos insta a "poner los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe" (Hebreos 12:2). En medio de las adversidades, fijamos nuestra mirada en Aquel que ha vencido al mundo (Juan 16:33) y confiamos en que Él nos fortalecerá para superar cualquier obstáculo en nuestro camino.

Nuestra "instante terrenal" es un testimonio vivo de nuestra devoción a Dios. En un mundo que a menudo se desvía hacia la búsqueda de riquezas materiales y placeres temporales, nosotros elegimos seguir el camino angosto que conduce a la vida eterna (Mateo 7:13-14). Las palabras de Jesús resuenan en nuestros oídos como un llamado constante a la santidad y la fidelidad: "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él" (1 Juan 2:15).

La riqueza y el poder terrenal son como espejismos en el desierto, seductores pero vacíos. Las Escrituras nos advierten contra el afán de acumular tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido corroen, y los ladrones pueden robar (Mateo 6:19). En cambio, nos instan a acumular tesoros en el cielo, donde nada puede destruirlos y donde nuestro corazón encontrará su verdadera satisfacción (Mateo 6:20).

En medio de este mundo hostil, nuestra fe se fortalece a medida que enfrentamos las pruebas con paciencia y confianza en Dios. El apóstol Santiago nos anima a considerar como "de muy grande gozo" las aflicciones que encontramos, porque producen paciencia y nos perfeccionan (Santiago 1:2-4). Cada dificultad en el camino es una oportunidad para crecer en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (2 Pedro 3:18).

La esperanza en la recompensa eterna nos sostiene en los momentos de tribulación. En la epístola a los Romanos, el apóstol Pablo escribe: "Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse" (Romanos 8:18). Esta promesa nos infunde coraje para seguir adelante, sabiendo que la gloria eterna supera con creces cualquier sufrimiento temporal.

Nuestra peregrinación también es un llamado a la santificación. Como escribió el apóstol Pedro: "sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir" (1 Pedro 1:15). En un mundo que a menudo abraza la inmoralidad y la corrupción, somos llamados a vivir vidas que reflejen la santidad de Dios. Nuestra luz debe brillar en medio de la oscuridad, para que otros vean nuestras buenas obras y glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos (Mateo 5:16, 1 Pedro 2:12, Juan 15:8). También implica llevar la carga de los demás, siguiendo el mandato de amar y servir a nuestros semejantes (Gálatas 6:2, Juan 13:34, 1 Juan 4:21, Santiago 2:8). En una sociedad fuertemente marcada por el egoísmo y la indiferencia, somos llamados a ser la voz de compasión y el brazo de ayuda para aquellos que sufren. En nuestro caminar como peregrinos, recordamos las palabras de Jesús: "Ama a tu prójimo como a ti mismo" (Mateo 22:39). Nuestra fe se manifiesta en el amor que mostramos a los que nos rodean, en la empatía que brindamos a los necesitados, y en la compasión que compartimos con los que sufren.

A lo largo de este camino, también podemos encontramos con momentos de soledad y desánimo. En medio de las pruebas y tribulaciones, es natural sentirnos abrumados en ocasiones. Sin embargo, las Escrituras nos aseguran que no estamos solos. Dios camina a nuestro lado, como lo prometió (Juan 10:10, Juan 8:12, Santiago 1:11) La peregrinación nos lleva a través de paisajes diversos, a menudo marcados por montañas y valles. En los momentos de ascenso, nos aferramos a la esperanza, recordando que el Señor es nuestra fortaleza y salvación (Salmo 28 [27]:1). En los valles oscuros, encontramos consuelo en las palabras de Dios "Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento(Salmo 24 [23]:4). No será un viaje fácil y no estará exenta de momentos de duda y desafío. Como el apóstol Tomás, a veces necesitamos ver para creer (Juan 20:25). Sin embargo, Dios es paciente con nosotros y nos invita a acercarnos a Él con nuestras preguntas y preocupaciones. En momentos de incertidumbre, oramos con esas hermosas palabras: "Señor, aumenta nuestra fe" (Lucas 17:5). La fe es un regalo divino, y confiamos en que Dios nos fortalecerá en nuestro viaje. En esta travesía de fe, ¿Y qué es la fe? La Biblia nos dice que es "la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (Hebreos 11:1). En los momentos de incertidumbre, aferramos nuestras almas a la fe en Dios, recordando que Él es fiel a sus promesas. Como Moisés dijo al pueblo de Israel en su propia peregrinación: "No os dejaré ni os desampararé" (Deuteronomio 31:6, Josué 1:9, Josué 10:25, Isaías 41:10). En los desiertos de la vida, confiamos en que Dios proveerá, como lo hizo con los israelitas en el desierto al darles maná del cielo (Éxodo 16).

Nuestro viaje es un recordatorio constante de que esta vida terrenal es efímera, como una flor que florece por un breve momento y luego se marchita. El salmista escribió: "La vida del hombre es como la hierba; florece como la flor del campo, que se marchita" (Salmo 104 [103]:15-16). Esta perspectiva nos invita a vivir con gratitud y humildad, reconociendo que cada día es un regalo de Dios. También es un llamado a la comunidad y la comunión. Jesús nos animó a congregarnos en su nombre, prometiendo estar presente donde dos o tres se reúnan (Mateo 18:20). En la compañía de otros creyentes, encontramos aliento y apoyo. Nos ayudamos mutuamente a cargar las cargas, oramos unos por otros y compartimos el pan de la comunión en memoria de Cristo.

El apóstol Pablo comparó la iglesia con un cuerpo, donde cada miembro tiene un papel esencial (1 Corintios 12:12-27). En nuestra peregrinación, somos miembros de la misma familia espiritual, unidos por nuestra fe en Cristo. Recordamos las palabras de Jesús: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos con los otros" (Juan 13:35).

Las Santas Escrituras a la luz de las enseñanzas de la Santa Tradición de la Iglesia son la guía en nuestra peregrinación, iluminando nuestro camino y revelando la verdad de Dios. Como el salmista proclamó: "Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino" (Salmo 120 [119]:105). En sus páginas encontramos dirección, consuelo y sabiduría para enfrentar los desafíos del camino.

Todos nosotros estamos es una carrera, como lo expresó el apóstol Pablo en su segunda carta a Timoteo: "He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe" (2 Timoteo 4:7). Esta carrera no es una carrera terrenal, sino una carrera hacia la eternidad. Cada paso que damos, cada decisión que tomamos, nos acerca más a la meta final: la bienaventuranza eterna en la presencia de Dios.

Por nuestro paso, encontramos bendiciones innumerables. Las Escrituras nos aseguran que "todas las cosas cooperan para bien a los que aman a Dios" (Romanos 8:28). A medida que caminamos como peregrinos, reconocemos las bendiciones de la comunión con Dios, la paz que sobrepasa todo entendimiento, y la esperanza que no defrauda.

Nuestra peregrinación es una oportunidad para glorificar a Dios. Como escribió el apóstol Pablo: "Así que, ya comáis, o bebáis, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios" (1 Corintios 10:31). En cada paso de nuestro viaje, busquemos honrar a nuestro Creador y reflejar su luz en un mundo que necesita desesperadamente Su amor y verdad.

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POEMA A MAR DEL PLATA

La costa marplatense
 

A MÍ AMADA CIUDAD

Mar del Plata, mi amor por ti es grande,

tu mar y playa me hacen vibrar,

la brisa y el sol son mi pasión,

que me hacen feliz en cualquier estación.


Las olas del mar me dan paz,

y el sonido de la playa me hace soñar,

me sumerjo en tus aguas cristalinas,

y dejo que me envuelvan tus caricias salinas.


La arena cálida me acoge en su seno,

y me siento libre como el viento,

el sol brilla en mi rostro y me sonríe,

y mi corazón se llena de alegría.


Los alfajores de chocolate y nuez son mi debilidad,

el dulce sabor de Mar del Plata me hace suspirar,

sabores de mi tierra que me llevan al paraíso,

y a mi alma le regalan un gran hechizo.


Las mujeres marplatenses son hermosas,

como la brisa fresca del mar,

su belleza es tan única como su ciudad,

y sus ojos reflejan la felicidad.


Mar del Plata, la perla del Atlántico,

un tesoro que brilla con luz propia,

sus playas, su gente y su calidez,

son la razón por la que amo esta ciudad.


Mar del Plata, eres mi amor y mi pasión,

mi refugio en los días de calor,

y aunque me aleje de ti por un momento,

siempre volveré a ti con emoción.

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TRAZANDO UN LEGADO

En el medio mi abuelo, José Arregin

Escribir estas palabras es un desafío, lo reconozco. Por la madrugada me enteré de que mi abuelo había fallecido. Hablar de él, es adentrarse en un territorio de emociones complejas, de recuerdos agridulces que se mezclan en el rincón más íntimo de mi ser. Con él, mi relación nunca fue sencilla, siempre fue un viaje lleno de altibajos, de idas y vueltas, de luces y sombras. Pero hoy, me enfrento a la tarea de honrar su memoria y compartir lo que aprendí de él, lo que guardo como tesoros de valor incalculable.

A pesar de nuestras diferencias, y tal vez precisamente por ellas, mi abuelo me brindó lecciones de vida que han dejado una huella indeleble en mi corazón. Con él, aprendí la importancia de no tener miedo a expresar lo que creemos que es correcto. Su ideología era firme y transparente. No importaba si sus opiniones diferían de las mías; él las sostenía con convicción, y eso me enseñó que la autenticidad es un valor que no debe comprometerse.

En su esencia, mi abuelo era un hombre de trabajo incansable. A pesar de estar jubilado, nunca conoció el significado de la palabra "descanso". Siempre estaba en busca de un nuevo proyecto, una tarea que ocupara sus manos y su mente. Era testarudo... ¡Sí! Y con honores, mi abuela solía llamarlo "Vasco" en clara referencia a su terquedad, pero también a su inquebrantable perseverancia.

Mis abuelos José y Verónica en la entrada a mi barrio 

Su amor por el trabajo me inspiró. Aprendí de él la importancia de la dedicación y el esfuerzo en lo que hacemos aún sigo usando cosas en la vida diaria que aprendí con su técnica perfeccionista. Vi en su ejemplo que el trabajo no solo es una forma de ganarse la vida, sino también una manera de dar sentido y propósito a nuestros días.

Mi abuelo era un hombre fuerte, en todos los sentidos de la palabra. Sobrevivió a tratamientos médicos que desafían la lógica y la estadística. Su resistencia física era un testimonio de la voluntad humana de aferrarse a la vida y sobre todo de la bendita Gracia y Misericordia de Dios.

El hombre, tenía estilo

En retrospectiva, puedo apreciar que, aunque nuestra relación fue muy compleja en ciertos aspectos, mi abuelo dejó un legado de autenticidad, trabajo duro y resiliencia que me ha servido de guía en mi propio camino. Aprendí que las diferencias no deben ser barreras para la comprensión y el respeto mutuo. Descubrí el valor de ser fiel a lo que uno cree, de perseverar ante la adversidad y de abrazar la vida con determinación.

Hoy, mientras escribo estas palabras, puedo reconocer sin miedo a equivocarme que mi abuelo fue una parte fundamental de mi historia, un capítulo que me ha moldeado de maneras que quizás solo ahora estoy empezando a comprender. A pesar de las complejidades de nuestra relación, lo recuerdo con gratitud por las lecciones que me dejó, por los valores que me transmitió y por el ejemplo de fortaleza que representó.

Mi abuelo y yo hace muchos años

En su memoria, sigo adelante, recordando siempre que somos la suma de nuestras experiencias, que las relaciones humanas son ricas y matizadas, y que cada persona que cruza nuestro camino puede dejarnos un regalo, incluso si al principio no somos capaces de verlo. Mi abuelo fue uno de esos regalos, y hoy le rindo homenaje al compartir estas palabras.

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ATRAVESANDO LA TORMENTA

Cruzando tempestades

En la vastedad del océano de la vida, a menudo me encontré navegando con un falso sentido de poder y control. Durante mucho tiempo, creí que podía manejar el timón de mi propia existencia, como si fuera el único capitán de este barco que es mi vida. Esta creencia en mi autosuficiencia me llevó a creer que podía dirigir mi nave hacia cualquier destino, sin necesidad de ayuda o guía externa. Pero, como pronto descubriría, esta soberbia visión de mí mismo estuvo a punto de llevarme a la total perdición.

En mi arrogancia, ignoré las advertencias sutiles de muchas de las personas que me rodeaban. Las aguas de la mundanalidad, plagadas de placeres efímeros y tentaciones irresistibles, me llamaban constantemente. Pensé que podía navegar por estas aguas sin ser afectado, que mis propias fuerzas me mantendrían a salvo. Sin embargo, cuanto más me adentraba en estas aguas traicioneras, más me daba cuenta de lo cerca que estaba de perderme en la tormenta.

Fue entonces, cuando las olas amenazadoras comenzaron a sacudir mi barco, que la vida me brindó una lección inestimable. Me recordó, con una fuerza inquebrantable, la importancia de reconocer mis propias limitaciones. En medio de la tempestad, comprendí que mi arrogancia y mi confianza excesiva en mis propias decisiones me habían llevado al borde del abismo.

Ese grito a la consciencia, en su sabiduría inescrutable, me mostró que no podía navegar este mar tumultuoso por mi cuenta. Mis deseos y mi egoísmo eran un timón defectuoso, y mi presunción me había dejado a merced de las tormentas. En ese momento de desesperación, tuve que rendirme. Tuve que decir ¡Hasta acá llegue yo! Fue entonces cuando decidí soltar el timón y buscar a un capitán muchísimo más sabio y poderoso que yo mismo.

En mi búsqueda de guía y protección, encontré a Jesús o mejor dicho... él me buscó primero.. Porque fu Él el que me amó primeramente. Él se convirtió en el capitán de mi alma y el guardián de mi travesía. En sus manos, descubrí la seguridad y la dirección que tanto necesitaba. Cuando confié mi vida a Él, experimenté una paz que sobrepasaba todo entendimiento. Las tormentas, que una vez me aterrorizaban, ahora eran solo desafíos en mi viaje, pruebas de mi fe y oportunidades para crecer.

Jesús me llevó a través de las aguas agitadas, me rescató en los momentos de naufragio y me condujo hacia un puerto seguro. Ese puerto seguro no era solo un destino físico, sino un estado de plenitud y tranquilidad que encontré en su amor y gracia. Me di cuenta de que, con Jesús como mi guía, ya no tenía que temer a las tormentas, porque Él estaba conmigo en cada momento, en cada desafío.

Mi rendición a Jesús no fue un acto de debilidad, sino un acto de sabiduría. Aceptar que no puedo controlarlo todo me liberó de la ansiedad y el temor constante. Aprendí a decir, con humildad y confianza, "¡Sí, Señor! ¡Que se haga tu voluntad!" en lugar de tratar de imponer la mía sobre todas las circunstancias de la vida.

Con Jesús como mi guía, cada día se convirtió en un viaje de fe. Aprendí a confiar en que Él me llevaría exactamente donde necesitaba estar, incluso cuando los vientos y las corrientes parecían contrarios a mis deseos. Mi fe se fortaleció con cada desafío superado, con cada obstáculo sorteado y con cada momento en el que su presencia fue mi única certeza.

Cristo, con su amor incondicional, se convirtió en mi faro en la oscuridad. Su luz me iluminaba en los momentos más oscuros, cuando todo parecía perdido. Su amor, que no conoce límites, se convirtió en mi refugio en medio de la adversidad. A través de Él, encontré la esperanza y la fuerza para seguir adelante, incluso cuando la vida se volvía más difícil.

Me enseñó que la verdadera fortaleza no reside en la arrogancia ni en el control, sino en la humildad y la confianza en algo más grande que yo mismo. Descubrí que, en lugar de resistir las olas y luchar contra las corrientes, podía descansar en los brazos de Jesús y permitir que Él dirigiera mi camino. En esa confianza, encontré una paz que nunca había experimentado antes.

Hoy, estoy seguro de que no importa cuán agitado esté el mar de mi etapa de vida terrenal, con Jesús como mi guía, siempre llegaré a un puerto seguro. Cada día es una oportunidad para aprender de Él, para crecer en mi fe y para experimentar la gracia y el amor que fluyen desde Su corazón.

Mi vida ya no es un intento desesperado de controlar mi destino, sino un viaje de confianza y entrega. Cada desafío es una oportunidad para recordar que no estoy solo, que tengo un Capitán que cuida de mí en cada paso del camino. En Jesús, encontré un amor que nunca falla, una dirección que nunca se pierde y una paz que trasciende las tormentas.

Así que, en este viaje de la vida, continúo diciendo "¡Sí, Señor!" A cada desafío, a cada giro inesperado y a cada nueva lección que se presenta. Con Jesús como mi guía, no temo el futuro, porque sé que mi destino está en manos seguras.

Que esta historia de rendición y confianza te inspire a reflexionar sobre tu propio viaje. A veces, soltar el timón y confiar en algo más grande que uno mismo es el camino hacia la verdadera paz y realización. Jesús espera con los brazos abiertos para ser el Capitán de tu vida, guiándote hacia un puerto seguro de amor, gracia y propósito. ¿Te atreves a decir "¡Sí, Señor!" y embarcarte en esta maravillosa travesía de fe?

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FELIZ CUMPLEAÑOS HERMANO

Mi hermano con mi abuelo y yo

Hoy es un día especial, es el cumpleaños de mi querido hermano Esteban, y quiero dedicarle estas palabras llenas de cariño y buenos deseos.

Esteban, en este día que celebramos tu vida, quiero recordarte lo valioso que eres para mí.

En tu camino, has demostrado una fuerza y determinación que admiro profundamente. Has enfrentado desafíos con valentía y has sabido encontrar la luz en los momentos más oscuros. Esa chispa interior que te impulsa a seguir adelante es verdaderamente inspiradora.

En cada año que pasa, no solo sumas un número a tu edad, sino que también acumulas experiencias, sabiduría y momentos preciosos. Espero que este nuevo año de vida que comienza para ti esté lleno de alegría, éxito y realización de tus sueños.

Que la vida te sorprenda con gratas experiencias, que encuentres siempre razones para sonreír y que la felicidad te acompañe en cada paso que des. Que sigas siendo esa persona especial y que te des la oportunidad de seguir adelante.

En este día, quiero desearte muchos años más de alegría, salud y amor. Que cada día esté lleno de bendiciones y que alcances todos los objetivos que te propongas. Y recuerda, no importa lo que el futuro traiga, siempre estaré aquí, apoyándote en cada paso de tu camino.

Feliz cumpleaños, Esteban. Que este nuevo año de vida sea el mejor hasta ahora, y que todos tus sueños se hagan realidad. ¡Brindemos por ti y por muchos años más de felicidad! ¡Salud! 🎉🎂🥂

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ESTE SOY YO

Mariano Romero Arregin

¡Hola! Mi nombre es Mariano — Un hombre común y corriente escribiendo sobra la vida. Soy primeramente CRISTIANO. En lo profesional, soy productor agrícola, promotor agroecológico en un cultivar de frutas finas, fermentista y cuando tengo algo de tiempo (y dinero especialmente) un viajero amateur. Además, aquí estoy compartiendo mis historias familiares, mi amor por la vida en los cultivos, la naturaleza, la tecnología y el ocio en general.

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