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Justicia por Palestina |
Reconozco que he tardado en subir este mensaje, pero quería reflexionarlo en profundidad y que todo lo que expreso sea fiel reflejo de la única verdad
En el corazón del Medio Oriente existe una tierra venerable cargada de antigüedad, una tierra que anhela fervientemente el dulce abrazo de la libertad. Palestina, una región bendecida por los anales de la historia y marcada por décadas de opresión desgarradora, se mantiene valientemente en medio de un conflicto incesante, una dislocación incesante y una ocupación militar inflexible. En su suelo sagrado, la búsqueda de justicia y tranquilidad se ha metamorfoseado en un vívido testimonio de la resiliencia humana, un faro de esperanza firmemente sostenido.
El Estado sionista, a lo largo de los años, ha llevado a cabo acciones que proyectan una sombra desalentadora sobre el orden internacional. La construcción de asentamientos ilegales en la disputada extensión de Cisjordania resuena con los dolores de una injusticia perpetua. Cada ladrillo colocado en estos territorios en disputa sirve como un recordatorio inquebrantable del despojo y la privación de derechos infligidos a la población palestina.
En la Franja de Gaza, la prisión al aire libre más grande del mundo, la gente soporta un bloqueo implacable e inhumano que les priva incluso de las condiciones más rudimentarias necesarias para una existencia digna. Palestina, una tierra que cuenta con un intrincado entramado de historia y cultura, invita a liberarse de cargas y a florecer sin las limitaciones impuestas por fuerzas externas.
En el ámbito internacional, una fracción de la comunidad global se ha sumado a la condena unánime de estas transgresiones. Sin embargo, gracias a las fatídicas intervenciones de las "potencias occidentales" se han pasado por alto persistentemente violaciones flagrantes del derecho internacional y de las resoluciones de las ¿Naciones Unidas? lo que ha fomentado un clima de impunidad. El llamado a la justicia debe resonar con mayor intensidad, un llamado de atención a todos para que el mundo no desvíe la mirada de la lucha indomable de Palestina por la emancipación.
En el tapiz interconectado de nuestro mundo contemporáneo, nos corresponde a nosotros alzar nuestras voces en solidaridad inquebrantable con el pueblo palestino. La historia de Palestina es un llamado a toda la humanidad, un recordatorio resonante de que la justicia y la igualdad son principios universales, valores indomables que no pueden ser ignorados. El deseo de libertad que late en los músculos mismos de Palestina exige nuestro decidido apoyo... un imperativo que la comunidad internacional debe defender inquebrantablemente.
En este momento, oscurecido por las sombras de la desesperación, no olvidemos que la esperanza y la resiliencia son indestructibles, un testimonio del espíritu humano inquebrantable. Una Palestina liberada no es simplemente un sueño etéreo; es un compromiso inquebrantable con la justicia, una adhesión firme a los principios consagrados en el derecho internacional. La tierra de Palestina, con su profunda historia y su pueblo perdurable, merece disfrutar del abrazo de la libertad y la tranquilidad.
Como persona de fe cristiana, mi corazón se llena de un ardiente rechazo a la violencia perpetrada por el Estado de Israel y sus fuerzas de ocupación contra la población palestina. De igual manera, condeno enérgicamente cualquier ataque terrorista contra la población civil israelí.
Los años pasan, pero el espectro de esta tragedia continúa atormentándonos. Nuestra fe cristiana, herencia espiritual que floreció en el corazón mismo de Oriente Medio, donde sus raíces se hunden profundamente en el suelo de la historia, tiene un significado profundo. Fue en la antigua ciudad de Antioquía donde los devotos seguidores de Jesús recibieron por primera vez el sagrado apelativo de "cristianos".
Este viaje sagrado comenzó con los cristianos palestinos, quienes se embarcaron en viajes que atravesaron vastos océanos, llevando su fe inquebrantable a costas lejanas, donde se fusionó perfectamente con las comunidades cristianas de otras latitudes. Extendemos nuestro profundo agradecimiento a quienes han llevado la antorcha de esta sagrada fe a través de las vicisitudes del tiempo, preservando su luminoso legado.
No olvidemos que hace sólo unos días se desarrolló ante nuestros ojos una tragedia indescriptible: se desató un acto de violencia genocida en un hospital perteneciente a la comunidad anglicana y a la iglesia ortodoxa de San Porfirio en Gaza. Este grave incidente es sólo un ejemplo del sufrimiento que soporta el pueblo palestino. Es un recordatorio conmovedor de que nuestra fe nos llama a ser centinelas inquebrantables de la justicia, a dar testimonio del coraje inquebrantable de una población asediada que anhela la libertad.
Es dentro de esta narrativa global de historia y fe donde encontramos la resonancia de nuestros corazones cristianos con la difícil situación del pueblo palestino. Como cristianos, estamos llamados a reflejar la compasión y el amor que Cristo encarnó tan profundamente durante su estancia terrenal. En las Sagradas Escrituras encontramos el clamor rotundo por la justicia, por la defensa de los oprimidos y oprimidos. Nuestra fe está intrínsecamente entrelazada con principios de amor, compasión y un compromiso firme con la rectitud.
En este sagrado camino de fe, debemos permanecer vigilantes, porque en nuestra fe descubrimos el deber inquebrantable de defender los valores de la justicia y la equidad. Como fieles, estamos llamados a abrazar el espíritu de las Bienaventuranzas, donde Cristo bendijo a los pacificadores, a los misericordiosos y a los que tenían hambre de justicia. Las Bienaventuranzas, inscritas en los corazones de los creyentes, hacen eco del llamado de clarín para que trabajemos incansablemente por un mundo donde prevalezcan la paz, la misericordia y la justicia.
Dentro del espectro de la doctrina cristiana, encontramos la creencia de que cada individuo porta la imagen divina. Esta profunda enseñanza enfatiza el valor y la dignidad inherentes de cada ser humano, independientemente de su origen étnico, nacionalidad o credo. Nos corresponde a nosotros, como cristianos, reconocer la chispa divina en cada persona, incluidos nuestros hermanos y hermanas palestinos.
En las parábolas de Cristo encontramos historias que ensalzan las virtudes de la compasión, el perdón y la búsqueda incesante de la reconciliación. Una de esas parábolas es la del "buen samaritano", en la que Cristo nos enseña a tender la mano a los necesitados, incluso si provienen de diferentes orígenes o creencias. El mensaje eterno de esta parábola resuena con el llamado a la compasión y la solidaridad con los marginados, con los que sufren.
En el contexto de la lucha palestina, es crucial que reconozcamos y celebremos estos valores compartidos, estos vínculos comunes que nos unen como familia global.
Además, nuestra fe cristiana nos ordena buscar la paz, convertirnos en pacificadores en un mundo plagado de conflictos. En el Sermón de la Montaña, Cristo proclamó: "Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios". Como cristianos, debemos esforzarnos por encarnar esta misión sagrada, trabajar ardientemente por la paz en regiones sumidas en la agitación.
La difícil situación del pueblo palestino es un claro recordatorio de la urgente necesidad de agentes de paz. El prolongado conflicto en el Medio Oriente ha traído sufrimientos indecibles y es un llamado solemne a la acción para quienes llevan el mensaje de Cristo. Debemos recordar que el Príncipe de Paz, Jesucristo, caminó entre nosotros, trayendo sanación, consuelo y reconciliación. Su ministerio estuvo marcado por el profundo mensaje del perdón y la búsqueda de la paz. Como sus seguidores, nos vemos impulsados a continuar esta sagrada labor de reconciliación y abogar por la paz que el pueblo de Palestina tanto merece.
Nuestra fe nos obliga a actuar, a comprometernos en la búsqueda de la justicia, la paz y la reconciliación. Como cristianos, debemos oponernos firmemente a la violencia y la injusticia, independientemente de su origen. Nuestro compromiso con la justicia es inquebrantable, al igual que nuestra dedicación a los principios del amor y la compasión.
El Libro de Miqueas, en el Antiguo Testamento, resume el llamado divino a la justicia y la misericordia, proclamando: "¡Él te ha mostrado, oh mortal, lo que es bueno! ¿Y qué es lo que espera de ti el Señor?: Practicar la justicia, amar la misericordia y caminar humildemente ante tu Dios." En estas palabras eternas encontramos nuestra sagrada misión como cristianos.
En la búsqueda de justicia para el pueblo palestino, estamos llamados a ser voces de compasión, a ser defensores de los oprimidos. Es nuestro deber solemne defender los principios de justicia, misericordia y humildad, luchar por un mundo donde la dignidad de cada ser humano sea apreciada y respetada.
Las enseñanzas de Cristo subrayan la importancia de perdonar a los demás, incluso ante una grave injusticia. En el Padrenuestro, rogamos a Dios que "perdone nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Esta oración es un recordatorio conmovedor del poder transformador del perdón, del potencial de la reconciliación incluso en las circunstancias más espantosas.
El conflicto palestino-israelí es un caldero de agravios y animosidades profundamente arraigadas. Es una red compleja de heridas históricas, disputas territoriales y narrativas en competencia. Frente a esta complejidad, el perdón es un concepto desafiante, pero esencial. Es un camino hacia la curación, un puente hacia la paz. Como cristianos, debemos abogar por el espíritu de perdón, por la posibilidad de la reconciliación y por el poder de la gracia para trascender la amargura.
El perdón no implica olvido; no requiere que hagamos la vista gorda ante la injusticia. Más bien, nos llama a liberarnos del peso del odio y la venganza, a buscar un futuro libre de las cadenas del pasado. Nos invita a reconocer el dolor y el sufrimiento de todas las partes involucradas, a extender la mano de la reconciliación y a trabajar por un futuro compartido de paz y coexistencia.
En nuestro camino cristiano, encontramos inspiración en las vidas de innumerables santos que personifican las virtudes de la compasión, la justicia y el perdón. San Basilio, conocido entre otras cosas por su profunda dedicación a los pobres, es un ejemplo brillante del poder transformador del amor y la compasión. San Jorge, que luchó fervientemente en defensa de nuestra fe y del pueblo oprimido, ilustra el alcance ilimitado de la misericordia y el compromiso inquebrantable de servir a los marginados.
Estos santos, y muchos otros, nos enseñan que la fe cristiana no es un esfuerzo pasivo; es un llamado a actos activos y tangibles de amor y servicio. En el contexto de la lucha palestina, estamos llamados a ser santos de hoy en día, a emular su ejemplo abogando por la justicia, mostrando compasión a los oprimidos y perdonando a quienes nos han hecho daño.
Nuestra fe también nos enseña la importancia del diálogo y la reconciliación. Cristo mismo fue un maestro del diálogo, interactuando con personas de diversos orígenes y creencias. Se acercó a los recaudadores de impuestos, samaritanos y fariseos, superando divisiones y fomentando el entendimiento. En nuestros tiempos, este espíritu de diálogo y reconciliación es primordial, especialmente en regiones acosadas por conflictos profundamente arraigados.
El diálogo no es un signo de debilidad; es una poderosa herramienta para la resolución y la reconciliación. Es a través del diálogo como se puede fomentar la comprensión, abordar los agravios y trazar el camino hacia la paz. En el caso del conflicto palestino-israelí, el diálogo es un eje para la resolución de un conflicto que ha persistido durante generaciones.
Es en los valores comunes de amor, compasión y justicia donde encontramos una base para el diálogo y la reconciliación. Debemos reconocer que nuestros hermanos y hermanas palestinos, como nosotros, anhelan la paz y la libertad. Anhelan una vida libre de miedo y opresión, tal como nosotros.
Vale la pena señalar que hay muchas comunidades cristianas en Tierra Santa, incluidas Jerusalén, Belén y Nazaret. Estas comunidades cristianas, que existen desde hace siglos, son una parte integral del rico tapiz de la región. Viven junto a sus vecinos musulmanes y judíos y comparten las mismas aspiraciones de paz, justicia y coexistencia.
Como cristianos, tenemos un papel único que desempeñar en la defensa del bienestar de nuestros hermanos y hermanas palestinos, así como de la causa más amplia de la paz en Tierra Santa. Nuestra conexión espiritual con esta tierra, cuna de nuestra fe, nos obliga a asumir un papel activo en la promoción de la justicia y la reconciliación. Es un deber sagrado, que resuena con el llamado a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
En nuestra defensa del pueblo palestino, también debemos ser conscientes de la importancia de la asistencia humanitaria. El pueblo de Palestina ha enfrentado inmensas dificultades, incluidos desafíos económicos, acceso a la atención médica y a las necesidades básicas de la vida. Nuestra fe cristiana nos llama a ayudar a los necesitados, alimentar a los hambrientos, vestir a los desnudos y cuidar a los enfermos. Este mandato es universal y se extiende a todos los rincones del mundo, incluidos los territorios palestinos.
Las organizaciones humanitarias, tanto seculares como religiosas, desempeñan un papel crucial en la prestación de la ayuda que tanto necesita el pueblo palestino. Como cristianos, podemos apoyar a estas organizaciones, tanto a través de nuestras oraciones como de nuestras contribuciones materiales. Es una forma tangible de vivir nuestra fe, de ser manos y pies de Cristo en un mundo marcado por el sufrimiento y la necesidad.
Es importante reconocer que defender la justicia y la paz en Tierra Santa no es un rechazo de las preocupaciones acerca de los actos terroristas de Hamas u otras organizaciones criminales. La conexión judía con todas estas tierras del medio oriente también está profundamente arraigada en la historia y la fe. Es una cuestión compleja y la búsqueda de una solución justa no requiere la negación de los derechos o la identidad legítimos de nadie.
En nuestra defensa del pueblo palestino, debemos tener claro que defendemos la justicia, la paz y la reconciliación, no contra ningún grupo en particular. Nuestra fe nos llama a amar a todos, a buscar el bienestar de todos y a luchar por un mundo donde todos puedan vivir en armonía.
La lucha palestina por la libertad y la justicia es un llamado a nuestra conciencia cristiana, un llamado a encarnar los valores de amor, compasión y justicia que Cristo ejemplificó tan profundamente. Es un recordatorio de que, como cristianos, estamos llamados a ser pacificadores, defensores de los oprimidos y defensores de la reconciliación. Es un llamado a la justicia, un llamado a la paz, un llamado a la dignidad y la libertad de todo ser humano.
Estamos en una posición única para desempeñar un papel vital en esta búsqueda de la justicia y la paz. Obligados a defender a los marginados, a defender a los oprimidos y a trabajar incansablemente por la reconciliación. En Tierra Santa, donde nació nuestra fe son profundas, estamos llamados a ser faros de esperanza, voces de compasión y agentes de cambio.
Recordemos que el mensaje cristiano es de amor, de compasión y de esperanza. Es un mensaje que trasciende fronteras, que une a personas de diversos orígenes y creencias. Es un mensaje que puede traer sanación a un mundo marcado por el conflicto y la división.
Seamos las manos y los pies de Cristo en un mundo que tan desesperadamente necesita su amor.
El camino hacia la justicia y la paz no es fácil, pero vale la pena emprenderlo. Es un viaje que puede conducir a un futuro mejor, un futuro en el que el pueblo de Palestina pueda vivir en libertad y dignidad, en el que pueda prosperar sin las limitaciones impuestas desde el exterior.
En este camino, saquemos fuerzas de nuestra fe, de las enseñanzas de Cristo y de los ejemplos de los santos que nos han precedido. Seamos inquebrantables en nuestro compromiso con la justicia, la misericordia y la reconciliación. Seamos inquebrantables en nuestro compromiso con el pueblo palestino y con todos los que sufren en la búsqueda de la libertad y la dignidad.
Para ayudar a quienes sufren en Gaza, considere hacer una donación a través de la campaña de recaudación de fondos de la Sagrada Orden de San Jorge en Gaza.
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